Por
Carlos Valdés Martín
Definición
El
significado más aceptado del nombre de México proviene del náhuatl: “en el ombligo de
la Luna”. Aunque esa versión avanzó con lentitud, dicha dificultad se debe a
que reúne dos términos curiosos, con cierta contrariedad para asociar: ombligo y
Luna. Los términos que forman el actual “México” provienen del náhuatl: Mexitli es Luna; Xictli es Ombligo, y Co
es Lugar. Últimamente, esa resulta la interpretación más aceptada.[1]
La versión
como “ombligo de la Luna” es correcta, sin embargo, resulta bastante extraña.
¿A cuál Luna se refieren? ¿Por qué el ombligo? Si nos quedamos en las etimologías
pareciera que la elección es arbitraria, pues no hay noticias sobre un culto
lunar relevante ni una adoración al ombligo. La explicación geográfica también
es singular pues corresponde al Gran Lago de Texcoco visto desde el cielo, que
en su contorno semejaba muy vagamente al “conejo de la Luna”, con Tenochtitlán
en su centro imaginario. Con todo, es agradable fantasear con que nuestros
antepasados sobrevolaban para mirar desde los cielos al espléndido panorama del
Lago con la Luna reflejándose y la capital Tenochtitlán radiante, a modo de
ombligo flotando sobre tal sistema de espejos acuáticos. Pero ellos —los
indígenas— no usaban globos aerostáticos ni naves aéreas. ¿Qué figura
entregaban los lagos desde las laderas de las montañas? No estoy cierto si ellos
alcanzaban a observar ese “conejo” en la figura del lago.
Entonces
habrá que ahondar la hipótesis alentada por la filología y el estudio de las
raíces lingüísticas; buscando una explicación más redonda sobre esa misma
pista.
Congruencia y duda
Traducido
en términos de las tradiciones aztecas, el “ombligo-de-la-Luna”, también
significaba el ombligo de la derrotada y descuartizada por su
dios-hermano-guerrero. ¿Esconde alguna relevancia esa referencia? Sí, según se
muestra adelante. Explicar la congruencia
remite hacia el mito fundacional de Huitzilopochtli derrotando a la Luna y sus
400 hermanos-Estrella para defender a la madre Tierra, que debe interpretarse
en la clave de la formación nacional. Únicamente, de esa manera encontramos un sentido superior a la anécdota referente
al nombre y comprendemos la dinámica que poseyó la palabra “México” y por qué
sí determinó un nombre admirable para
nuestra nación. Así, que como comunidad no heredamos un término arbitrario (ni
infundado ni lunático), sino resultado de un rayo luminoso dirigido para nacer
de modo perpetuo con el alba de cada nuevo Sol, que derrota a la Luna nocturna
y fertiliza al cosmos. Es decir, la perplejidad se resuelve a partir de la
importancia de Huitzilopochtli para la civilización azteca.
El otro lado de la moneda: Nacimiento de
Huitzilopochtli
Expliquemos
más de cerca este gran mito de sentido cósmico y social. El nacimiento humano,
en su aspecto natural, es el más desvalido de los partos. Por regla las crías
de todas las especies nacen bastante adaptadas para su lucha contra el medio
ambiente, por ejemplo, las pequeñas tortugas surgen del huevo impetuosas para
lanzarse hacia el bravo mar y comenzar su existencia autosuficiente. En el
extremo está nuestra especie: inmadura y dependiente durante años. Los bebés
expuestos a los peligros de su propia falta de madurez dependen por completo de
su progenitora y requieren del medioambiente artificial que protege su
crecimiento. El niño que nace adulto narra un prodigio que jamás acontece en el
plano material, mediante dibujo trazado en el cielo de los mitos: afirma una
negación extrema de nuestra condición biológica. Planteando un niño-dios que
nace armado, su utilidad estriba en los significados para comprender una
situación y procesarla en creencias.
De modo
breve, ese mito nos dice que la tierra Coatlicue quedó encinta por unas plumas
prodigiosas; por tanto ocurrió el embarazo de una virgen. Los previos 400
hermanos se consideraron deshonrados por esa última preñez y se enfurecieron,
capitaneados por la hermana Luna Coyolxauhqui, prometiendo asesinar a la madre.
Mientras los descendientes conspiran, dentro del vientre el Huitzilopochtli
nonato consuela a su madre con palabras de aliento. La sublevación matricida
avanza con lentitud y la Coatlicue queda sitiada sobre un monte. Por completo
sitiado, el dios-Sol está listo para la pelea y, entonces, nace con armas; con
rapidez se apresta y emplea su arma extraordinaria, una serpiente de fuego, que
identificamos con el rayo solar. De inmediato, con su arma aniquila y
descuartiza a la hermana sediciosa; así, al pie del cerro queda la diosa-Luna
descoyuntada. Alguno relata que luego se lanza la cabeza al cielo, para
convertirse en la actual Luna. Después el bebé guerrero persigue a los
hermanos, los mata, ahuyenta o asimila; imponiendo una victoria fulminante. La
interpretación astronómica es sencilla, aludiendo al amanecer que con sus rayos
fulgurantes aleja a la noche.
Sin
embargo, también ese relato se debe interpretar en la clave de las acciones
cumplidas por la tribu azteca, que enfrentó a sus vecinos y los venció de modo
militar, luego combinando con alianzas. Ahora bien, además un papel estratégico
de esta leyenda, conviene observarla en lo que permaneció durante la
civilización.
Belleza de las indígenas y los cascabeles de Coyolxauhqui
Aunque
los códigos católicos del siglo XVI condenaban el amancebamiento, los
conquistadores se sintieron atraídos por las hermosas indígenas. Desde el
principio, los emparejamientos entre los fuereños y las hembras autóctonas
fueron frecuentes, de tal manera que el atractivo de las locales se asumía con
naturalidad.
Este
nombre de la Luna significa “adornada de cascabeles”, esa designación no posee
una nota guerrera sino festiva y de baile. Los cascabeles son elementos
musicales y de mero ornato sin función para la lucha; el término del “adorno”
hace más explícito el sentido. El nombre completo apunta hacia la mujer-ornato,
vuelta objeto en su belleza; un aspecto que ahora hasta nos incomoda por la
ideología feminista y el despertar de la conciencia sobre los roles. Aquí no hay sitio para juzgar, sino para
colocarnos en ese lejano ambiente, cuando se relataba la leyenda y entonces el gentío
se congregaba en alrededor del Templo Mayor para observar lo que sucedía. La
enorme piedra con escudo de la Luna- Coyolxauhqui
quedaba a los pies del Templo más imponente en la urbe y, además, recibía
despojos de los sacrificados (según se sospecha), que imitaban el desenlace
mítico de esa dama rebelde.
Para el
grupo masculino azteca, la hembra se mantenía como foco de atracción; pero
había barreras y prohibiciones para el acceso, bajo sus propios rituales y
tradiciones matrimoniales. La mera imagen de un dios-solar-niño aniquilando a
la diosa-lunar-hembra provocaba una tensión y un despliegue de inclinaciones
anímicas difíciles de reproducir. Esa piedra enorme de una Luna-caída-desmembrada
pero imponente ¿Seducía o excitaba a los varones? ¿Entristecía o animaba a las féminas?
¿Su presencia era inhibitoria o enardecedora? El monolito grandioso de
Coyolxauhqui nos queda a deber algunas respuestas; pero su rememoración remota,
bajo la intimidad de las chozas, daba otro tipo de respuestas. Con
independencia de cualquier respuesta precisa, esa diosa lunar era parte del
conjunto de féminas divinizadas, que tutelaban a esa civilización. Para nosotros,
hoy todas esas imágenes de diosas con cráneos, heridas, colmillos y serpientes
montadas en grandes imágenes resultan inquietantes; sin embargo, entonces
podían sincretizarse donde la parte atractiva (el adorno de cascabeles)
mantenía su brillo y encanto, engarzado contiguo a la herida y la presencia
mortuoria. Nuestra educación de la sensibilidad sí requiere separar la belleza frente
a esa inquietud, pero otros pueblos colocaban a sus diosas ataviadas con
atributos guerreros, como Atenea con casco y lanza, a Artemisa con carcaj de
flechas y arco. Desde el ahora, nos cuesta reconocer y aceptar que una figura
de Luna desmembrada sí integraba el código de la belleza y la seducción.
Del ombligo sensual al capital
En tanto
huella de origen, el ombligo exige quedar interpretado. Por un lado conserva la
cicatrización de la herida original y representa la bisagra entre el misterio
de lo nonato opuesto a los niños
visibles. En ese aspecto, el ombligo ofrece un recordatorio sobre las puertas
de la vida en el sentido más corporal, desde donde surge el término linaje.[2]
Los pueblos
antiguos fueron extremadamente conscientes de los linajes, incluso rayaban casi
en una obsesión por delimitar los vínculos generacionales, siendo proverbiales
los recuentos de la Biblia para conservar
decenas de sucesiones y testificar la continuidad milenaria. El ombligo señala
la huella discreta de que somos hijos, e hijos de hijos… un eslabón en la
continuidad de la existencia.
Asimismo,
el ombligo recuerda la sensualidad, en especial, la interpretada de modo
femenino, por esa insinuación de una abertura y su posición ventral. En algunas
culturas se exige ocultar el ombligo para no provocar la lujuria y, así, evitar
el acceso a los demonios de la carne.
También
se ha creído, con ingenuidad, que conserva cualidades para fertilizarse; luego creer
que el óvulo fertilizado habita el ombligo implica considerarlo una zona hipersensible.
El ombligo tan delicado habrá que protegerlo. Asimismo, indica la referencia de
la centralidad, de modo evidente está
colocado en el eje del cuerpo: desde ahí creció el tejido vital. Mientras el
término de “capital” evoca la cabeza,
la partícula “co” de México, indica al
otro centro, en mitad del cuerpo. Si creemos que la cabeza manda por el
pensamiento, ¿el ombligo manda por las emanaciones vitales, quizá sensuales,
pero siempre biológicas? Que Tenochtitlán radique sobre el ombligo del imperio
la convierte en central, en eje de aproximaciones y alejamientos: el vértice
para un futuro. ¿Cuál provenir? El futuro cuerpo de la nación entera, entonces Tenochtitlán
es un ombligo-capital.
Evocación de un antiguo matriarcado destruido en un
periodo anterior
En la
leyenda resulta significativo que Coyolxauhqui capitaneó a todas las Estrellas
sin que ninguna objetara ni cuestionara, a modo de un mandato consuetudinario que nunca queda puesto
en duda. Entre los antiguos, las costumbres eran leyes y cualquier derecho
remitía al pasado; el mandato de la diosa parece consagrado por la costumbre.
En el detalle de la narración se agrega que solamente un hermano-estrella
traiciona a los 400 hermanos y sirve de correo para ir advirtiendo a
Huitzilopochtli dentro del vientre, que ellos se acercan. Si la Luna manda, en
este relato, no aparece precisamente armada, sino adornada con cascabeles. ¿Qué
son los cascabeles? Emblema de su belleza junto con su derredor: su poder, su
mando incuestionado y su carácter sagrado. En calidad de capitana sagrada de
todas las estrellas (el cosmos nocturno) se enfila para profanar a la Tierra;
pero el Sol naciente se lo impide, en un acto de contra-profanación.
Esa diosa
lunar confirma las teorías sobre los antiguos matriarcados, tal como se
muestran en la predominancia de las figuras femeninas y de fecundidad en los
vestigios arqueológicos mucho más antiguos y primitivos. Asimismo, el proteger
a otra figura femenina de Coatlicue es la justificación del Sol, entonces alude
a un matriarcado pasivo (la Tierra) que justifica aniquilar al matriarcado
activo (la Luna). Por más que se relegara a las mujeres de la participación
política y religiosa de los aztecas, tampoco desaparecía su posición; ellas
seguían manteniendo importantes roles, indispensables en la colectividad.
Aunque no mandaran resultaban respetadas y hasta veneradas; el motivo del
relato es mantener intocada la veneración
hacia la madre Tierra Coatlicue, que se mantiene metamorfoseado en la
veneración hacia las vírgenes del catolicismo.
Piedad y ecos positivos: imagen de la derrota Lunar
Cabe
preguntarse si, en el contexto azteca, la imagen de la diosa derrotada y
lacerada no provocaba un arrebatador sentimiento de conmiseración y piedad a la
manera de La Pietá de Miguel Ángel.
Las obvias distancias del relato suponen que Coyolxauhqui no era inocente sino
una singular conspiradora contra la madre-tierra. Su castigo se argumentó un
acto justo, sin embargo la rudeza de su desmembramiento mueve a los sentimientos:
nuestra mente exige que cualquier cuerpo se presente entero y la separación provoca horror, de ahí el gusto de las
tiranías por decapitar a sus enemigos y exhibirlos en la plaza pública. El
escándalo sentido ante la separación del cuerpo, genera una respuesta en
contraparte que es esa piedad ante el personaje caído. Junto con la sangre de
la Luna brota un manantial de piedad ante su desgracia. En este relato, la
caída queda mitigada porque la cabeza voló hasta el cielo, para convertirse en
la Luna nocturna que nos alumbra.
Separación tajante y unión instantánea
Las
cualidades opuestas de Coyolxhautli y Huitzilopochtli son tan antagónicas que evocan
más cualidades del pensamiento que eventos reales o míticos. La Coyolxhautli advierte
separación de las partes y el desmembramiento con condición de lo imposible de reunir; situación
desesperante y trágica de la entropía. En cambio Huitzilopochtli ostenta la
unidad instantánea, una proeza que solamente realizan la luz fulgurante y los
dioses. Esas dos características puestas en paralelo merecerían inaugurar dos
series distanciándose hacia el infinito: las separaciones (tanáticas, mortales)
y las uniones (eróticas, vitales), por tanto coronando una jerarquía. Caso curioso
que lo erótico pertenezca a lo masculino y lo mortuorio a lo femenino, pero apunta
un caso harto importante para la psique, donde la velocidad de la excitación
masculina erótica se fusiona con la agresión paranoide (en el sentido
estructural de Deleuze); mezclando Huitzilopochtli la impotencia infantil con
la potencia masculina, en una ejemplar paradoja. Del otro lado, la erótica
abertura femenina se convierte en la mortal separación de coyunturas, la
distancia anti-erótica entre lo desmembrado se sobrepone al erotismo del
cascabel, como signo del baile. Ese universo de dioses estelares está invertido
(una inversión muy al gusto de Bataille),[3] donde lo súbito se une con
lo eterno, el instante de serpiente Xiuhcóatl (el arma de fuego) se fusiona con
la caída terrestre de la Luna (otra inversión, pues la Luna jamás ha tocado la Tierra). La Luna destazada
representa lo que ya jamás se reunirá, lo que permanece separado en la
eternidad, de tal manera un desgarramiento “esquizoide” (en términos de la
psicología de Deleuze de nuevo).[4] Queda establecida la dualidad perfecta de la unión
instantánea y la separación eterna; alrededor quedan otros dos modelos
diferentes: un modelo de una madre Tierra terrible, que es lo pre-formado, en
otros términos el Caos original; otro modelo de la pluralidad, las estrellas
huidizas, también derrotadas. En el texto, de la leyenda náhuatl las estrellas
derrotadas son integradas al fulgor de nuevo Sol, pero cientos huyen y
permanecen dispersas. En ese sentido, la leyenda ofrece un modelo de
pensamiento bastante complejo con cuatro polos y una alternativa: lo
preformado; la unión instantánea; la eternidad de lo separado; la dispersión
que puede unificarse o huir hacia la separación perpetua.
Reconciliación con la hermana caída y los perseguidos
En la
distancia centenaria de las interpretaciones, por los muchos filtros de la distancia,
no quisiera esquivar el argumento de un hipotético sentimiento positivo hacia
la Luna exclusivamente en una piedad. Cabría asumir diversas evocaciones
positivas, como su liderazgo entre
las estrellas; su celo ante un parto
inapropiado; su capacidad para compartir
entre sus hermanos; luego de su caída el no quejarse ni urdir venganzas, quizá perdonar o contentarse con su nuevo destino (lo que no sería una imposibilidad
imaginativa para una divinidad relatada). ¿Para qué argumentar esto? Por la
función unificadora que descubrimos
en este mito particular. El pequeño Sol naciente sí se convirtió en el patrono
de la nación azteca y su modelo de actuación; combinación de guerras e
integraciones de los vecinos.
El efecto
positivo de los hermanos derrotados aparece de modo todavía más explícito en la
leyenda, a modo de una multitud que muere y se integra; en el sentido de una
“y” que agrega elementos poco consolidados. El relato indica “Huitzilopochtli
los acosó, los ahuyentó,/ los destrozó, los aniquiló, los anonadó. (…)Sólo unos
cuantos pudieron escapar de su presencia, / Pudieron liberarse de sus manos. / Se
dirigieron hacia el sur / se llaman 400 Surianos, (…) les quitó sus atavíos,
sus adornos, su anecúyotl, / se los puso, se los apropió, / los incorporó a su
destino, / hizo de ellos sus propias insignias.”[5] Anotamos que fueron
contados 400 originales hermanos, luego de su masacre escapan en monto igual
400 Surianos, curiosa matemática revelando que ese número no es cifra sino referencia
hacia lo múltiple o lo infinito.[6] La apropiación de las
estrellas en el Sol, agrega la metáfora directa de integración en el cuerpo
social o el todo. Adelante en el poema se narra el servicio de los aztecas a su
dios y la entrega de sacrificios; ambas partes del relato también metamorfoseadas,
de tal manera que se refiere a una integración doble: de estrellas alegóricas y
de servicios a la colectividad representada por el dios. La referencia al
proceso de reconciliación bajo la amenaza constante es diáfana, un modelo que
repitieron los Conquistadores peninsulares.
La imagen del colectivo nacional: femenino, Luna…
Para
ellos ¿en qué posición quedaba la femineidad a nivel colectivo o nacional?
Ellos levantaban un nosotros-femenino a modo de la Patria, respecto de la cual
estamos tan acostumbrados sobre su representación delicada y pasiva, un tanto poetizada,
que no nos preguntamos si existe otra opción.
Para ellos era viable imaginarse ¿una Luna-Patria-Sacrificada escindida
de una Tierra-Patria-Defendida con ambos modelos femeninos gravitando hacia un
nosotros colectivo? La hipótesis más sencilla (bajo la economía de la navaja de
Occam) es que la Tierra-Coatlicue servía de referencia como colectivo-patria;
pero cabe preguntarse si una parte de los atributos permanecían agregados a
partir de la Luna caída. Después de estas reflexiones estimamos que, sin duda,
una región de los atributos del grupo
nacional se aglutina alrededor de la Luna derrotada.
Hasta los
días presentes esa imaginación sobre la debilidad de la mujer se convierte en
un atractivo. En este caso, construir y mantener visible al monolito de Coyolxauhqui
indica ese magnetismo positivo.[7] Ha sido largo el camino
para establecer todas las conexiones entre la Luna derrotada y el Sol naciente,
entre el ombligo y la capital, la herida original y la integración de pueblos emparentado
con los aztecas. Vale el esfuerzo, pues una vez comprendido el vínculo entre
Luna y Sol naciente, adquiere consistencia el término de “Ombligo de la Luna”
para designar a la nación.
NOTAS:
[1] A partir de la
interpretación de Gutierre Tibón, es que comenzó a predominar esa versión,
antes predominó la asociación con el término maguey.
[2] Deleuze señala que el
término linaje se liga con la génesis de la Idea platónica, en Lógica del sentido.
[3] Se cumple el precepto de
Bataille, de que la belleza existe para ser mancillada, a modo de la
transgresión fundamental para establecer una unidad que desafía la muerte, en El erotismo.
[6] Anotemos que en las
matemáticas de cantidades infinitas, la sustracción de cualquier cantidad
discreta a un infinito, le deja aún infinito, sin esa alteración de las
matemáticas de cantidades discretas. Cf. Asimov, Isaac, Los números.
[7] De modo espontáneo no
resulta fácil asumir que un cuerpo descoyuntado adquiera un valor positivo de
veneración, pero sí estamos acostumbrados al Cristo crucificado, alrededor del
cual se organiza la iconografía religiosa. Eso nos permite comprender que esa
diosa derrotada podía ofrecer un contenido positivo para ligar a sus fieles y a
su hermano solar; en fin, la herida convertida en ligamento.
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