Por
Carlos Valdés Martín
A veces hace falta un contrincante
para tomar conciencia, a veces basta un peligro incierto para despertar. Ese
enemigo escandaloso ha sido el candidato Trump para los mexicanos. Mediante un
discurso irresponsable y emocional, agitando gestos de odio y amenaza Donald Trump
está logrando un gran despertar de quienes llevaban décadas como adormecidos
ante otras ofensas y arrebatos provenientes del Norte.
A diario escuchamos de muertes e
injusticias que surgen del narcotráfico que, para efectos prácticos, es un
cáncer con un origen y destino que señalando al Norte. ¿Quién compensará las
decenas de miles de muertos y los campos azolados por la violencia del narco?
Para las tristezas de nuestro lado, el dedo flamígero de la responsabilidad
apunta hacia Norteamérica. La guerra contra el narco donde las víctimas siempre
caen de este lado de la frontera ¿a quiénes se las cargamos? Una condena moral
apunta hacia millones de adictos norteamericanos.
Tales situaciones resultarían
irrelevantes si no nos deshacemos de una pesada costra de prejuicios y un gesto
de sumisión. Por una larga tradición, los mexicanos nunca agredimos a los
norteamericanos; al contrario, la molestia proviene de una admiración por lo
inalcanzable de su riqueza y poderío acumulados.
Ese sentimiento típico de buena
vecindad —diestramente retratado por Alan Ridding en Vecinos distantes—, ahora mudó hacia una incomodidad manifiesta por
los gestos insultantes de Donald Trump. Algunos no nos sentimos tan señalados
por lo que textualmente hay de sus propuestas, que no tenemos en nuestros
planes jamás emigrar hacia la “Big America”, aunque claro que alarma y ofende
el modo escandaloso y enfático en que vocifera. El muro en la frontera en una
parte significativa ya lo habían construido administraciones anteriores, pero
Trump hace un énfasis burlón en que “les haré pagar por ello”. Ese machacón
“hacer pagar” a México, adquiere una carga emocional de agresión y desquite que
comenzó por extrañar y terminó por ofender masivamente. El nacionalismo
mexicano respondón y orgulloso parecía adormecido, siendo sustituido por un
gesto nacional menos sentimental y más de autoconsumo, sin consecuencias
prácticas en las relaciones internacionales.
Y llegó Trump para machacar en su
campaña que desde México emigran criminales y violadores; así, levantó un
discurso de odio que erizó la piel de los tranquilos mexicanos. Empezó la
respuesta de gente normal y líderes de medios de comunicación, para quejarse de
tales arengas. En un inicio la respuesta mexicana fue débil, pero adquirió
vigor paso a paso.
En eso surgió el desatino del
Presidente de México, al invitar intempestivamente a Donald Trump, en una
decisión relámpago que sorprendió a propios y extraños. Después de la sorpresa
vino el escándalo, porque ya el candidato del Partido Republicano está
posicionado como el ogro que humilla y vitupera a los mexicanos. La recepción oficial
de Peña Nieto pareció dar la bienvenida a quien ya se había convertido en una
“plumita para vomitar” de los compatriotas. La opnión pública en respuesta fue
una avalancha de repudio y descrédito ante el desatino del Presidente mexicano.
El error político de la visita
relámpago fue tan notorio que le costó el puesto al Secretario de Hacienda. A
final de cuentas, las ofensas de Trump no se deben pagar con la misma moneda,
la nación norteamericana jamás debe ser sujeto de escarnio ni ofensas en
reciprocidad; pues recordemos el principio de Gandhi: la paz es el principio de
la civilización, la violencia es de la barbarie. Pero el pacifismo no incluye correrle
cortesías que fueron un espaldarazo
político en su campaña, como si se minimizara su discurso de odio.
Hasta hace poco tiempo el
nacionalismo mexicano era un gigante adormecido, ahora está despertando. Hasta
ahora Trump únicamente ha soltado declaraciones viles, pero imaginémonos que
nuestra nación se levante tras sentirse ofendida por hechos viles…
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