Por Carlos
Valdés Martín
El estilo musical de esa banda
fue llamado con justicia, una música líquida, por el flujo continuo de sonidos
que invadía las sensaciones. Sin duda se requiere inspiración para describir
ese estatuto líquido con palabras y comprometerse a explicar cómo son las cascadas
sonoras que fluidifican el espacio rítmico.
El tema cabe en una misteriosa “experiencia
interior” y, si la opción existiera, luego renunciar a las palabras, sugiriendo
que escuchemos de nuevo The dark side of
the moon o The Wall.
Ahora el Zócalo de la capital
está lleno… ¿Te imaginas hace años cuando los discos de Pink Floyd eran para una minoría insignificante de snobs y de
apretados del rock, gusto de los herejes del sonido, los inconformes de la
mercadotecnia, los disidentes del metal, los extraños ante el puro y duro rock,
los exiliados de los canales televisivos y los olvidados por la radio? Hubo un
tiempo en que nuestro país le daba la espalda a Pink Floyd y la película se exhibía en una sola sala comercial, con
un auditorio medio vacío.
De pronto todos somos Pink Floyd,
y antes era casi un escándalo, un gusto culposo de los señoritos con gustos
casi mariguanos o peor que eso; la rareza de los esnobs que leen a Monsiváis y
miran cuadros de Cuevas, se encierran en la función postrera de la Cineteca… Los
fans de The Wall fueron más
condenados que los de la marcha LGBT por los labios de los acólitos católicos…
así fue de incomprendido algún lejano día ese gusto por la música fluida. El
lema es “todo cambia” y la música líquida se terminó imponiendo como una
nostalgia de lo que jamás llegaría a México. Ahora que Roger Waters ronda los
73 años y apremia la última oportunidad para verlo en “vivo y directo” se
agolpa el mar de los viejos admiradores y el torrente de los que se sumaron en
camino.
Por si fuera poco, el término “Wall”
se vuelve a politizar y hacerse polémico con los desplantes del candidato
Donald Trump. Los ecos contra el muro de Berlín que profetizaban el disco y
película adquieren nueva actualidad. Contra el muro, la música horada y resquebraja
that stupid wall. Y lo fluido es
romper barreras, establecer las series hasta el infinito, hacer llorar a las
rocas, comenzar las locas carreras para no detenerse como los ríos. El cantante
termina con la frase en español “¡Viva México cabrones!” que regresa como el
duende travieso, de nuevo el extranjero nos recuerda que seguimos siendo una
nación.
“Última oportunidad” es un lema
completo para el 1° de octubre de 2016. Hoy la última oportunidad, la música
líquida de Roger Waters se desparrama desde el corazón físico de México. Las aguas reflejantes antiguas se
alimentan con otros ecos y vuelven a vibrar. El viejo romance del Valle
montañoso con las aguas se convierte en música liquida regada por la banda
inglesa. El zócalo está pletórico, la gente es la marea, el sonido es el fluido
y la historia destila sus corrientes; tras los fuegos artificiales la masa se
afloja, fragmenta y disuelve… las gotas de emoción se dispersan entre el
pavimento, las ondulaciones de frescura se incrustan en la noche aún vibrante,
la emoción líquida se vuelve recuerdo y la oscuridad va extendiendo su
misterioso manto.
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