Por
Carlos Valdés Martín
“…amar es
combatir, si dos se besan
el mundo cambia,
encarnan los deseos,
el pensamiento
encarna, brotan las alas
en las espaldas
del esclavo, el mundo
es real y
tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a
saber, el agua es agua…”
Piedra de sol,
Octavio Paz
En retrospectiva, la obra cumbre de Octavio Paz, El Laberinto de la soledad esconde intrigantes secretos y malentendidos que perviven hasta nuestros días. Siendo una de las obras más recomendadas para los estudiantes desde la escuela preparatoria, su incomprensión resulta llamativa. Muchas reseñas y prólogos siguen indicando lo que no es y atribuyéndole características que la alteran, por eso aquí se desvelan la verdad y las breves claves de esta obra crucial.[1]
Misterio
del odio visceral que despertó Octavio Paz
Hoy celebrado, el autor casi
de inmediato recibió fuertes confrontaciones, quedando incomprendido cual nuevo
Quetzalcóatl. En especial, la izquierda mexicana se volvió su detractora casi
profesional. Tras la tragedia de 1968 resultaba más extraña la animadversión de
la “izquierda promedio” en el país.[2]
El autor era acusado incansablemente de criatura de Televisa, con pose
aburguesada o insensibilidad. La acusación desde la izquierda quedaba por
completo fuera de sitio e injusta, conforme recordamos su gesto militante en la
Guerra Civil española, luego el valiente y rupturista ante la masacre de
Tlatelolco, cuando Paz renunció a la bonanza de una embajada,[3]
quedando al garete económico y permaneciendo fuera del país hasta que el
Presidente Echeverría promovió la reconciliación con la intelectualidad nacional
para borrar huellas. Un protagonista de tal animadversión durante décadas,
Carlos Monsiváis terminó doblando la cabeza y suspirando con elogios hacia este
genio. Por más que, repetidamente desde la izquierda, se le acusaba de bufón del
sistema y otras necedades,[4]
Octavio Paz se mantuvo como una columna imbatible de pensamiento crítico e independiente.
En la cúspide del éxito ¿fue seducido por momentos bajo la Flauta de Hamelín
del sistema? La pregunta impone una ilusión del Gobierno-Todopoderoso sobre
alguien que escapó mediante la cuerda del genio sorteando las trampas
habituales. Por lectores e intelectuales del orbe entero fue aclamado, cuanto
más que acusado y acosado desde los anti-sistémicos; es irónico, desde el Poder
fue tanto elogiado y reverenciado como amenazado, temido y repudiado; pero
Octavio Paz se mantuvo aferrado a posiciones en extremo críticas contra aquello
que le olía a dictadura e inmoralidad. Su vida privada también fue objeto del
escrutinio y cotilleo, cuando la rudeza durante el alejamiento de su expareja,
Elena Garro, y su hija, le agregó un clavo al ataúd de las antipatías. A pesar
de ese ambiente local de animadversión, su talento se sobreponía y quedó
convertido en referente de poesía y ensayo. El premio Nobel de Literatura no lo
congratuló con esa intelectualidad local, aunque terminó con las habladurías retadoras
y, tras la madurez de las décadas, consolidó el reconocimiento
inobjetable y sus antiguos detractores guardaron el silencio o se convirtieron
a su credo.[5]
La
escandalosa irrupción
de la “grosería”
Sin duda, Octavio Paz se
adelantó a su generación al darle un espacio y sentido a la grosería dentro de
la cultura nacional. Su magistral estudio de la “chingada” introdujo al
lenguaje grosero y al albur dentro del circuito cultural, cumpliendo un ciclo
de acercamiento entre la intelectualidad y la vulgaridad, polos complementarios
del acontecer visto en su integridad. En 1950, fecha de la publicación de El Laberinto de la Soledad, predominaban
las “buenas maneras” del lenguaje, siendo rechazada la inclusión de los
términos groseros. Las inclusiones de la “chingada” y sus variaciones dentro de
una obra educativa resultaba audaz y escandaloso, y, en ese punto, Paz superó
la aduana del descrédito. Mientras la cultura popular era tolerada en sus
desplantes albureros, encabezados por la gracia de Cantinflas y el ingenio del
compositor Chava Flores, en cambio la cultura seria se mantenía alejada y cautelosa
contra esas manifestaciones. Tardarían dos décadas para que la grosería y el
humor descarado adquirieran carta de ciudadanía en el “País Intelectual”, por
ejemplo, con Carlos Monsiváis.
La
resistencia a abandonar el “complejo de inferioridad”
El análisis de la nación
y de la psicología del mexicano, cuando irrumpe Octavio Paz se encontraba en un
estado naciente, con únicamente dos grandes libros de referencia para el
análisis del tema: El perfil del hombre y
la cultura en México de Samuel Ramos y La
raza cósmica de José Vasconcelos.[6]
Ninguno de los dos antecedentes formaban un “cuerpo teórico”, sino plataformas
abiertas para la discusión, incluso las grietas conceptuales en la obra de José
Vasconcelos, resultaban tan patéticas que su delicia retórica no las
compensaba. Entonces, aunque Paz abunde sobre temas ya abiertos su posición irrumpe
a contrapelo, bajo enfoques vanguardistas para el medioambiente cultural de
México en 1950. El principal problema fue que no convencían a Paz las
argumentaciones esenciales de Ramos y Vasconcelos, de tal manera que armó su
propia trama teórica alterando los elementos recibidos, por más que en la superficie
se observen afinidades.
Previamente, la
argumentación de Samuel Ramos agradó mucho al sentido común del país, por
cuanto elaboró una psicología centrada en la crítica al “sentimiento de
inferioridad”, bajo una explicación que tuvo gran aceptación y hasta nuestros
días se continua escuchando, en sus tesis más simples: “los mexicanos tienen
sentimiento de inferioridad” o “el mexicano está acomplejado”. Contra la
simplificación de que los mexicanos son esto o aquello,[7]
Octavio Paz recurrió a la cultura, la historia y a una especie de “metafísica
de la soledad” para dar justificación a los fenómenos más llamativos y a la
sobrevivencia de antiguas actitudes colectivas.
Lo curioso es que Paz
para superar a Samuel Ramos,[8]
debió emplear sus propios argumentos, así el texto ha sido malinterpretado como
si fuese la comprobación de que “el mexicano se siente inferior”. La
interpretación correcta resulta más complicada, rechazando la psicología de
Adler y proponiendo un modelo —simultáneamente— más arquetípico e histórico,[9]
el cual pretende superar el término “inferioridad” con el propio de “soledad”.
El
acabose para la psicología de “tipos” como “el mexicano es…”
Contra la tendencia
espontánea y necesaria de captar lo nacional como una particularidad, la obra
de Octavio Paz también acentúa el aspecto universal de la ecuación: “Todas las
civilizaciones desembocan en la occidental, que ha asimilado o aplastado a sus
rivales. Y las particularidades tienen que responder a las preguntas que nos
hace la Historia: las mismas para todos los pueblos. El ser humano ha
reconquistado su unidad, entonces las decisiones de los mexicanos afectan ya a
todos los hombres y a la inversa.”[10]
En ese sentido, el libro sobre lo mexicano es una reflexión importante sobre la
condición humana universal y cómo nuestro pueblo participa con sus matices en
esa misma problemática. Por lo mismo, las reflexiones sobre la peculiaridad
nacional en el sentido de gracejadas psicológicas resultan insignificantes,
cuando no se contextualizan dentro de una teoría de lo general. En ese sentido,
las aportaciones de Paz son reflexiones agudas sobre la condición humana y el
curso general de la historia.
La
teoría oculta: desde la explícita soledad hacia la dialéctica
Las tesis explícitas
sobre la importancia de la soledad están tejidas con un substrato teórico
europeo, recopilación de los muchos estudios de Paz, desde su inquietud juvenil
aunada su dedicación intelectual. El capítulo de cierre (agregado en 1959)[11]
posee múltiples dimensiones conceptuales que suelen pasar desapercibidas al
lector superficial o al estudiante, que obligado por la matrícula, mira con
prisa ese texto. Porque hablar de dialéctica es abordar de un modo específico a
la lógica y a la ciencia, con tal densidad que ni las lecturas unilineales ni
la simple correlación de causa y efecto alcanzan a interpretarla. Iniciada con
los Diálogos platónicos la dialéctica
ha seguido un amplio itinerario, nutriendo la filosofía clásica alemana y a la
crítica marxista. El modo en que lo individual (mi soledad, este sentimiento) se
multiplica y vuelve denso en el análisis de Octavio Paz resulta seductor y
aleccionador, pero no saca a la luz su sutil aparato teórico. Por eso El laberinto de la soledad se lee de
corrido a modo de literatura y testimonio, sin abordarse a modo de teorización,
por tanto entra poco dentro de las materias analíticas de la sociología o
teoría social, para conservarse como una preciosa descripción fenomenológica
del Ser Nacional a mitad del siglo XX. Entonces, esta obra mantiene guardados
secretos para su interpretación.
Asimismo, siendo una
investigación para develar los mitos que rodean a la nación, juega a la
paradoja de establecer el nuevo mito, desde su título; junto con ello despliega
el embrujo de su belleza literaria. El mismo, Octavio Paz establece una
paradoja al respecto de su labor desmitificadora: “Yo creo que El laberinto de la soledad fue una
tentativa por describir y comprender ciertos mitos; al mismo tiempo, en la
medida en que es una obra de literatura, se ha convertido a su vez en otro mito.”[12]
Calendario
de 1950 y la mitad perfecta
Algunos historiadores
gustan de analizar lo que llaman “tendencias seculares”, que en términos más
sencillos son las dominantes durante un siglo. Esas tendencias de largo plazo han marcado los hitos del
llamado siglo XIX o XX con amplitud, cuando al tratar estos periodos, el choque
de periodos marca una transición. De forma curiosa, el año 1950 colocado a
mitad del siglo XX dio lugar al pulso de su tendencia. Después de los dos
horrores de las Guerras Mundiales, se entró en un periodo optimista donde la
estabilización de los sistemas contendientes se pacificó, cuando la “Guerra
Fría” tuvo menos actos bélicos que el periodo anterior, conjunto con el
despertar de las nacionalidades colonizadas, mediante procesos exitosos de
descolonización. Bajo ese impacto, la formación nacional redoblaba su interés
como objeto de comprensión y de respeto, bajo la óptica de una comunidad de
países, agrupados en las Naciones Unidas y con promesas de mutua comprensión,
justicia y desarrollo.
Cual perfecto punto medio
de la balanza justiciera, el año 1950 se colocaba en la mitad matemática del
siglo XX, a la manera de una muesca milimétrica entre lo que fue y lo que será.
Esa posición del libro señala la situación de la interrogación de fondo en Paz,
que analiza un cúmulo de historia, pero actualizado, hasta su preciso presente,
para mirar su futuro. En ese sentido, El
laberinto de la soledad es un pasadizo de la mitad exacta que abría el
campo para el entero siglo XX, pues hasta el final del ciclo parecía no perder
vigencia. Quizá es hasta el siglo XXI, con el peso abrumador de las
innovaciones y la vuelta de tuerca de la tecnología informática cuando el
discurso nacional se está replanteando, incluso sustituyendo con la “globalofilia”. Entonces el texto se
mantuvo vigente, casi de inmediato cristalizado en clásico, tanto de la
temática nacional como de un humanismo universal, que abriría el camino hacia
el reconocimiento de Octavio Paz.
Fiesta
artística
Entre otros rasgos, El laberinto de la soledad es una larga
celebración de la literatura, mostrando las cualidades de distintos poetas,
narradores y ensayistas bajo la óptica de una belleza singular y hasta trágica.
Una búsqueda primera consiste en arrancar la savia mexicana a los poetas y
artistas, de tal manera que se decante superando la particularidad, entonces mixtura
que entrega aroma local con los jugos del alma íntegra y universal. Por
ejemplo, “Muerte sin fin, el poema de
José Gorostiza, es quizá el más alto testimonio que poseemos los
hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí
misma, presa de sí, de su propia claridad cegadora.”[13]
En cierto sentido, el texto es un embriagador caleidoscopio de los siglos del
arte mexicano: Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana, Rodolfo Usigli en El gesticulador, Javier Villaurrutia con
Nostalgia de la muerte, el Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas
Horcasitas, Bernardo Balbuena, Alfonso Reyes, López Velarde, Jorge Cuesta,
Ignacio
Ramírez, Diego Rivera, José Clemente Orozco… Ese cúmulo de luceros mexicanos acompañados
con las ensoñaciones estéticas de otras latitudes: César Vallejo, Reiner María Rilke,
Paul Valery, Luis de Góngora, Quevedo, Miguel de Cervantes Saavedra, San Juan
de la Cruz, Hölderlin, D. H. Lawrence, Rubén Darío, Luis Cernuda… Sin duda, una
impresionante travesía entre el arte y sus frutos maduros.
Comenzó apareciendo en
modalidad de ensayo, y por la calidad estética, junto con la fuerza de su
discurso, El laberinto de la soledad
terminó siendo reconocido como un gesto estético, obra de literatura que bordea
entre el análisis y el deleite poético. Esa ambigüedad final a Octavio Paz le
ha deparado un reconocimiento especial que sigue colocando a esta obra en los
aparadores y el gusto público.
P.D.
La salida del laberinto
De modo automático, el
laberinto nos invita a soñar una escapatoria que atraviese por peligros y
peripecias, hacia una salida que brinde una satisfacción de la “prueba
superada”. Casi con crueldad, el genio de Octavio Paz no ofrece una salida para
la soledad, pues la comunión permanece como un anhelo que únicamente el arte o
el amor, en ocasiones permiten, pero la soledad permanece cual trasfondo
ontológico de los individuos y las sociedades. Más bien denuncia a la “salida”
como una ilusión y hasta una tendencia atroz que alimenta un gregarismo de
masas aborregadas y da materia prima para dictaduras y establishment homogeneizadores. Sshhh.
Díganlo en voz baja, como un susurro secreto para que no escuche la soledad: Aquí no hay salida. Por eso el final original indica: “Si nos arrancamos esas
máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos afrontamos, empezaremos a vivir y
pensar de verdad. Nos aguardan una desnudez y un desamparo. Allí, en la soledad
abierta, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios.
Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los
hombres.”[14]
NOTAS:
[1]
Resulta fácil confundir y fusionar a Samuel Ramos con Octavio Paz, la memoria
suele ser traicionera, por ejemplo “En El
Laberinto de la Soledad, el premio Nobel ahonda en lo que considera son las
características del ser del mexicano; establece que se trata de un ser que se
siente inferior y se aísla en un laberinto, se mantiene solo e incapaz de
externar sus sentimientos.” Por Angélica
Beltrán “Dossier Político”, Día de publicación: 2007-09-17. Aunque otros sí
observan la diferencia con claridad “su tesis sobre
la soledad que estaría en lugar del sentimiento de inferioridad que Samuel
Ramos manejaba” en Yoon Bong Seo “En torno a El laberinto de la soledad, de
Octavio Paz”, Ed. UAdeG.
[2]
La crítica directa a las ilusiones socialistas motivaban la primera de rechazo
de la izquierda, por ejemplo: “Nadie duda que el "socialismo"
totalitario puede transformar la economía de un país; es más dudoso que logre
liberar al hombre. Y esto último es lo único que nos interesa y lo único que
justifica una revolución.” El Laberinto
de la Soledad, p. 77.
[3]
También recibió ataques febriles desde posiciones gobiernistas como señala Roger
Bartra en la revista Letras libres,
“Octavio Paz en la picota”, 12/02/2015.
[4]
Los otros inteligentes, como Monsiváis y Blanco no resistían la tentación de
arremeter contra la “estatua de éxito” levantada por Paz, él les respondía
vitriólico: “Está bien, pero hay que distinguir entre el picapedrero
iconoclasta que las derriba y el perrito incontinente que orina a sus pies.” En
la revista Nexos, “Paz-Monsiváis:
polémica”
[5]
Cabe destacar la plausible rectificación de Carlos Monsiváis que tras el
debate, se comportó como su admirador sincero desde la izquierda, por ejemplo
con la biografía que pone los términos en justa perspectiva, mostrando un
enorme aprecio. En Adonde yo soy tú somos
nosotros. Octavio Paz: crónica de vida y obra por Carlos Monsiváis (2000).
[6]
Esta obra de Vasconcelos posee una característica especial, quedando subyugada
al personaje y su arco sorprendente entre el patriarca de la cultura
iberoamericana hasta el erudito hispanista resentido, católico y cripto-nazi,
donde sus rasgos oscilantes merecen un estudio peculiar. Carlos Valdés Martín,
“Reseña crítica de José Vasconcelos”.
[7]
La primera tesis de Octavio Paz sobre las máscaras
ataca a la simplificación, indica que no es cierto lo que aparece en la
mexicanidad superficial.
[8]
“Se dice que El perfil del hombre y la cultura en México, primera tentativa
seria por conocernos, padece diversas limitaciones: el mexicano que describen
sus páginas es un tipo aislado y los instrumentos de que el filósofo se vale
para penetrar la realidad —la teoría del resentimiento, más como ha sido
expuesta por Adler que por Scheler— reducen acaso la significación de sus
conclusiones. Pero ese libro continúa siendo el único punto de partida que
tenemos para conocernos.” El laberinto de
la soledad, p. 66-67.
[9]
“La existencia de un sentimiento de real o supuesta inferioridad frente al
mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva con que el mexicano se
presenta ante los demás y la violencia inesperada con que las fuerzas
reprimidas rompen esa máscara impasible. Pero más vasta y profunda que el
sentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es imposible identificar ambas
actitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento
de soledad, por otra parte, no es una ilusión —como a veces lo es el de
inferioridad— sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos.
Y, de verdad, estamos solos”. El
laberinto de la soledad, p. 5. Nótese que “arquetipo” e historicidad son
contrarios en la línea del tiempo, el primero señala eternidad y el segundo
modificación.
[10]
El laberinto de la soledad, p. 72.
[11]
El Capítulo final “La dialéctica de la soledad”, se agregó en la Segunda
Edición de 1959.
[12]
Entrevista de Claude Fell a Octavio Paz presentada como “Vuelta al Laberinto de la soledad”, p. 176. Cabe
adicionar, que la estructura del tiempo nacional requiere de la temporalidad
eterna, compartiendo con el mito y recreándolo. Cf. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la
nación.
[13]
El laberinto de la soledad, p. 25.
[14]
El laberinto de la soledad, p. 81. No
es el pesimismo ontológico advirtiendo que nunca habrá salida, sino la
interrogación, el “acaso”, así es la frase final del capítulo añadido: “Al
salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos y que los
sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez
con los ojos cerrados.” Op. cit., p. 89. El final original era más crudo aunque
con una chispa de esperanza, este agregado invita a mantenerse dormido.
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