Por Carlos
Valdés Martín
¿Te alarmaría descubrir que casi
todas las respuestas a tu búsqueda en Internet no devuelven tu imagen correcta?
Me alarmó descubrir que en el buscador de Internet no aparece ligada mi imagen
con mi nombre, en cambio abundan las entradas sobre ensayos y otras contribuciones.
¿En el futuro mi imagen o la tuya quedarán separadas de esta existencia real?
Imagino el año 2100, cuando una siguiente generación se ocupe en recuperar las
pequeñas historias del final del siglo XX y principio del XXI, quizá cada cara quedara
confundida y entonces se convertirá en la de otro personaje, quizá el regañón
Jean Baudrillard o el sonriente Jean Francois Lyotard será el afiche con que se
floree mi epitafio. La confusión podría resultar peor, poniéndose la imagen de
un tipo de “nota roja” o la del tonto que causó furor entre las redes sociales
por su imbecilidad.
Si dudas en lo que comento,
sencillamente teclea tu nombre completo en algún gran buscador como Google o
Explorer, entonces descubrirás que la mayoría de las imágenes que te devuelve
no es la tuya. Cuando tu revisas no sientes el problema pues ya sabes que una
entre cincuenta sí es tu imagen, y si no encuentras nada pues sientes que tu intimidad
queda tranquila. Pero ¿qué crees que sucederá dentro unos años cuando tú no
estés y una persona quiera encontrar el rostro que corresponde a tu nombre? Puede
suceder una horrible confusión.
Esa inquietud me dejó bastante
perplejo así que opté por rescatar la más sencilla de las técnicas consistente
en colocar un letrerito legible dentro de la fotografía.
El siguiente paso ha sido
escribir para confesar “Este soy yo, el de la foto”. No pretendo ninguna distinción,
pero sí me inquieta la perspectiva de una confusión completa en los tiempos
venideros, donde los medios electrónicos de manera automática terminen por
amplificar una confusión originaria y el resultado sea que el archivo de datos con
nuestro nombre se empalme con una imagen de otra persona, para coronar la
confusión con una biografía por entero alterada. Los revisores de la historia a
menudo se quejan de las fallas en las narrativas oficiales. Es conocido que la
verdadera cara de Miguel Hidalgo (por abreviar al llamado Padre de la Patria)
resulta un enigma pues la persecución virreinal destruyó las escasas imágenes
del libertador. También con tristeza me encontrado cuánta poca investigación existe
sobre personajes a quienes les debemos algo importante, como la mayoría de los
constituyentes de 1917.
Les recomiendo encarecidamente
seguir ese mismo procedimiento: pongan un letrerito pegado en alguna fotografía
electrónica favorita. Olvidémonos de los miedos sobre la invasión a la
intimidad, resulta más atemorizante que en la memoria de los milenios
posteriores, terminemos confundidos con algún villano, que para colmo quizá
hasta nos desagrada. Entre las grandes tragedias que imaginó Jorge Luis Borges
no encontré esta que se cierne sobre nuestro porvenir: otra imagen se robará tu
existencia completa, provocando una falsificación por desidia. En los medios
financieros existe un delito llamado “robo de identidad” consistente en hurtar
los datos personales para solicitar un préstamo que nos lo cargan de modo
fraudulento o extraen dinero de nuestra cuenta. ¿Qué es eso contra una condena
por la eternidad que nos arrebata la consistencia entre los rasgos físicos, el
nombre y la biografía real?
Por tanto, declaro enfáticamente
que estas fotografías y rotuladas sí concuerdan con mi ser y solicito a la
posteridad que se abstenga de provocar confusiones y deformaciones que lesionen
la integridad del recuerdo. Habrá el contradictor que pretenda enmendar el
desatino, pues si por milenios la humanidad se ha conformado tumbas blanqueadas
y sencillos epitafios, para no sobrecargar la memoria de las generaciones
futuras. En este caso no exijo un privilegio. Quien guste quemar sus recuerdos
junto con su cadáver está en el pleno derecho de hacerlo, pero ¿qué ganas de
confundir las cosas? Podría construirse una Babel electrónica y el resultado
sería desalentador. Imaginemos que durante milenios avanza una rueda de
confusiones y los malos historiadores terminan pegando la cara de Atila el Huno
con el Dalai Lama, de tal manera que en el Museo del Horror esté la efigie del
Lama atizando una hoguera con decapitados: esa no resulta una visión alentadora.
Si estás de acuerdo, estimado
lector, quedas invitado a colocar alguna imagen con el rótulo adecuado, más
aún, imprímela en un medio de larga duración, ya que —pensándolo con detalle—
los recursos electrónicos se están revolucionando con demasiada rapidez y el
programa en que estamos guardando imágenes podría quedar obsoleto en el próximo
milenio.
Si este tema te ha inquietado,
te invito a que compartas este link y a que comentes libremente en esta entrada
si es que tienes otra solución.
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