Por Carlos Valdés Martín
El
contexto de brillantez recuerda que Blas Pascal fue un genio clásico, un
talentoso pensador de la Ilustración que desarrolló el análisis de
probabilidades numéricas, por eso su argumento sobre Dios se recuerda de una
manera curiosa.[1]
En
favor de la llamada “existencia de Dios” hay un ingenioso y preciso argumento
de este filósofo, quien lo elaboró en términos de una especie de apuesta. Su
contenido más que probar una existencia o no de la Divinidad reflexiona sobre
lo cerrado que resultan las opciones para un teísta y un ateo siendo que tengan
o no razón al final de cuentas. Este argumento se elabora por la correspondencia
directa entre “existencia de Dios” y la “inmortalidad del Alma”. Para nuestra
tradición judeo-cristiana entre la existencia de Dios y la inmortalidad espiritual
hay una identidad incuestionable. Dado tal binomio Dios-Inmortalidad asumido
como premisa y en el contexto de un sistema de recompensas en el más allá, el
filósofo elaboró un pequeño cuadro mental, que ahora suele representarse de
manera gráfica. Si la persona con fe atina recibirá el cielo; pero si está equivocada
su alma no es inmortal, entonces recibirá la nada. Si la persona atea acierta
en su predicción sobre la inexistencia del más allá, entonces recibirá la nada;
pero si está equivocada, bajo el supuesto católico, recibirá el infierno por su
impiedad.
La
conclusión inmediata de este cuadro para el inteligente será comportarse como
si Dios existiera, motivado por un beneficio propio. La
recomendación única que resulta de este cuadro en honor a Blas Pascal es: actúa
como si creyeras, no importa que las pruebas científicas no sean concluyentes.
Si mueres dentro de una religión saldrás ganando o no sucederá nada, pero si
mueres fuera de cualquier religiosidad saldrás perdiendo mucho o no sucederá
nada tras la muerte.[2]
Anotemos,
este argumento no considera las opciones intermedias
o ambiguas a la manera de quien busca creer pero duda, o que cree pero lo hace
hipócritamente porque posees pruebas en contrario, por tanto no abarca las
dificultades de situaciones intermedias, como lo hace cualquier argumento que
abarque generalizaciones universales. Bajo la “apuesta de Pascal” el pensador pragmático
encontrará conveniente la religiosidad; quien prefiera obstinarse desafiando
las recomendaciones del filósofo, estimará que las “consecuencias” no son una
prueba alrededor de las premisas. Si en una mesa de juego hay una combinación que
ofrezca el premio más grande, no por ello todos los jugadores optarán por
colocar su apuesta en la misma combinación ganadora.
Un
argumento interesante surgiría por la psicología
del apostador enfermizo, sostén de la millonaria Industria del Juego,
mediante la cual quien juega sistemáticamente, por su tendencia inconsciente,
se empeña en perder. A esa actitud se le ha puesto el nombre de ludopatía para
describirla como una enfermedad psicológica. El ciclo del jugador empedernido
implica que las emociones se desbordan, entonces tanto ganar como perder obliga
a repetir la actividad. La repetición compulsiva favorece las probabilidades
calculadas por la Industria del Juego, y los apostadores compulsivos terminan
por perder. Entonces, aunque el ateo encuentre
razonable este argumento, no lo aplicará porque está tentado en perder, porque su inconsciente (o una culpa
inconsciente) lo empuja hasta perder; asumiendo la figura de la ludopatía,
caería en una enfermedad del alma que se complace con la visión del vacío, cual
víctima propiciatoria de la Nada.
Para
comprender y comportarse bajo la argumentación de “la apuesta de Pascal”
bastará conocer las premisas de infinitos beneficios y la conveniencia propia.
Según las encuestas mundiales, en todos los países las mayorías se comportan
como si reconociera las premisas de
Pascal y ejercieran sus apuestas de manera bastante lógica.[3]
NOTAS:
[1] Los apuntes póstumos
de Blas Pascal se recompilaron bajo el título de Pensamientos sobre la religión y otros asuntos, en el año 1669.
[2] El texto original en
los Pensamientos… de Pascal dice: “Usted tiene dos cosas que perder: la verdad
y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento
y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el
error y la miseria. Su razón no resulta más perjudicada al elegir la una o la
otra, puesto que es necesario elegir. Ésta es una cuestión vacía. Pero ¿su
bienaventuranza? Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir cruz (de
cara o cruz) acerca del hecho de que Dios existe. Tomemos en consideración estos
dos casos: si gana, lo gana todo; si
pierde, no pierde nada. Apueste a que existe sin dudar.”
[3] Una estimación de 2007
planteó que solamente el 2% de la humanidad es abiertamente atea y el 11% no es
practicante activa de ninguna religión, aunque no se manifiesta atea. The World
Factbook, editado por la CIA, 2007.
1 comentario:
Pienso que si hay una realidad sobrenatural, llamalo Dios o como quieras, esta existe independientemente de nuestras ideas al respecto, nuestras creencias o no no influyen en su existencia. En ese sentido no estoy de acuerdo con Pascal, creo que los no creyentes también accederían a esta otra realidad.
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