Por
Carlos Valdés Martín
Cae el sol sobre la sabana tropical, pero ese atardecer es diferente a
cualquiera pues el viejo rey tribal ha ofendido a una viuda y su hijo se
apresta para vengarla. El ofendido en otras culturas lo llamaríamos un niño, en
cambio para esa tribu es un adulto que está listo para casarse y para salir de
cacería. El rey ofendió a la viuda de una manera que no detallaré y el hijo
espera en la planicie al atardecer según marcan los rituales del duelo a muerte
tribal. Cuando el rey se aproxima el joven levanta la lanza y profiere una
amenaza para formalizar ese reto mortífero, donde solamente uno terminará el
combate. ¿Qué relación existe entre las ancestrales nociones de jóvenes que
retaban a reyes viejos y otras situaciones pintorescas con el concepto de
democracia? Algunos estudiosos desentrañaron ese misterio, pues desafiar al gobernante
representaba una gran institución antigua[1] que la
modernidad remedió con los mandatos temporales, pero ahí no terminan los rasgos
que nos legaron esos pueblos.
La división celeste y
terrestre
La historia reconoce en Montesquieu al promotor de la exitosa división
de poderes para mejorar el gobierno, evitando sus excesos, con un juego de balances.[2] Sin eludir
los méritos de esa obra debemos de reconocer que las nociones y prácticas de
división entre poderes de gobierno resultan antiguas. Por diversos caminos
muchos pueblos, incluso quizá la mayoría de éstos, operaron una división en su
gobierno entre el poder sagrado y el terrenal. Así, como Engels se sorprendió
con la universalidad de relaciones comunitarias originales para afirmar que
hubo un “modo de producción originario”[3] que
incluía cierta igualdad y lazos comunitarios fuertes, ahora también estamos en
condiciones de observar la universalidad de figuras democráticas y oasis de
libertad entre los pueblos antiguos. Veamos con más detalles cómo los distintos
pueblos inventaron sus propias maneras para controlar a sus gobernantes y
corregir sus desequilibrios.
Bajo la óptica religiosa, el principio supremo debería de estar
ubicado en el terreno sagrado, pero esta potencia debería garantizar el
correcto movimiento de todo el universo, por su misma potencia mágica y el
influjo del Dios supremo.[4] En cada
fe se encuentran motivos para la división entre reinado religioso y conducción
efectiva del gobierno, separación entre reino de los cielos y el reino humano,
de cualquier manera, los deberes sagrados o los cuidados rigurosos sobre los
reyes restringían las facultades prácticas de un rey. Bajo los credos
ancestrales se depositaba la conducción del mando terrestre en personajes con
menos prestigio y menos poder legal que los reyes clásicos. Esto traía
aparejada una interesante práctica de división de poderes, porque en caso de
descontento contra las medidas del mandatario terrestre, siempre podía existir
la apelación al sacerdote, a la Sibila o Pitonisa, a augurio que insinuaba a la
potencia suprema o al otro rey mágico. Quizá hoy las personas en América no imaginan
que una jerarquía religiosa controle al gobernante ni que compita contra el
Estado, pero una observación a lo largo de la historia, indica lo contrario,
pues los gobiernos puramente laicos y con tolerancia religiosa fueron escasos
antes de la Época Contemporánea, y todavía en el siglo XXI existe un enorme injerencia
de las grandes iglesias, inclusive, al extremo de los Estados confesionales del
área islámica.
Limitación de poderes del
gobernante
La idea del rey, monarca, emperador, faraón, sátrapa o soberano representa
con distintas palabras una misma situación, muestra una real concentración del
poder en una sola persona, que se impuso en distintos periodos y regiones.
Ocurrió el exceso de poder personal
concentrado en una figura mágica o consagrada, que daba sustento a esa idea de
rey, implicaba también graves “peligros” mágicos, por lo que tal personaje
debería quedar en exceso protegido en el terreno de lo intangible y lo
fantasioso; así se multiplicaron los tabúes
alrededor del rey hasta el límite en impedía cualquier libertad del
gobernante sobre muchos asuntos terrenales. Un ejemplo curioso y tardío de las
limitaciones en la acción de los reyes es la interpretación oriental japonesa y
china sobre la majestad real, que implica que los Emperadores casi no deben de
moverse, observando un extremo hieratismo,
de tal modo, que se restringen sus movimientos (no usar las manos, no cortar
las uñas o el pelo, etc.),[5] de tal
modo que se convierten en extraños muñecos confinados y adorados. Este ritual
del poder oriental incluye una fuerte dosis de parálisis, de tal modo se prohíbe una cabeza de reino activa, por
medio de la etiqueta de la majestad. Confinado y sometido a la etiqueta
paralizante hay garantía de que el Emperador no abusará de sus poderes, entonces
con ese mecanismo de freno la élite y el pueblo duermen más tranquilos.[6] El
complejo mecanismo de la legalidad,
que ha generado los gobiernos constitucionales instituye acotaciones a la discrecionalidad
del poder; por su parte, pueblos antiguos encontraron en la etiqueta y el ritual del poder, junto
con sus códigos morales y religiosos, las fórmulas para obtener un freno al gobernante similar al resultado
de las leyes modernas.
Delimitación temporal de
mandatos
La necesidad de una sucesión ágil, que garantizara la existencia de un
buen gobierno en el plano mágico, integraba las ideas clave para las formas
primitivas de pensar. Es sorprendente la abundancia de materiales que indican
el gran ingenio que existía para establecer criterios de sucesión para los
reyes mágicos.[7]
El mismo papel tan elevado atribuido a los reyes para la conservación del cosmos
y el favor divino imponía la exigencia de que ellos se mantuvieran en magníficas
condiciones físicas y mentales. Por lo mismo, cualquier signo de debilidad era funesto[8] y
significaba autorización para deponer
al rey. Los signos de debilidad variaban entre diversos pueblos, pero la regla fue
que el rey nunca moriría de muerte natural, porque la enfermedad o la vejez debilitaban
el espíritu mágico poseído por un rey. Para evitar la debilidad y el caos
cósmico que traía, entonces se prescribían maneras de morir adecuadas a la
dignidad real y que preservaran la tan apreciada vitalidad. En efecto, los antiguos reyes mandaban de por vida, pero
ese término era terriblemente corto e incierto, en cuanto brotaran signos tales
como la caída de un diente, la llegada de una cana, un resfriado prolongado, no
satisfacer a las mujeres del harem real, etc.
En fin, la idea antigua fue que el mandato quedara estrictamente delimitado
al tiempo de la plena vitalidad del rey, porque después de su plena fuerza
debía de abandonar su sitial y luego ante los dioses interceder por su pueblo,
pero lo haría en espíritu y desprendido de su cuerpo terrenal. Es evidente, que
para la mentalidad de los antiguos, la versión de que el calendario
estableciera un periodo de mandato no era la favorita.[9]
Oasis entre el reino
Merecen llamarse oasis de libertad ciertas estructuras de los reinos
antiguos, que permitían una expresión libre de las personas o daban autonomía a
agrupaciones, sectores y territorios. Por ejemplo, bajo la capa de oscurantismo
y excesos religiosos de la Edad Media, se mantuvieron áreas separadas,
privilegios locales, comunidades autónomas, gremios con secretos, comerciantes
en movimiento, ciudades amuralladas, caravanas de gitanos y una enorme variedad
de espacios que no permitían una opresión uniforme. Bajo el asfixiante
principio regulador del medioevo de que “no hay tierra sin señor”,[10] se
presentaban fenómenos como las Behetrías, donde las comunidades campesinas de
Castilla obtenían un privilegio para ellas escoger a su señor feudal. Los
gremios mantenían celosamente sus intereses y lograban que nadie se inmiscuyera
en sus procedimientos y costumbres, protegiendo a sus semejantes bajo sus
propios códigos. Las ligas o gremios de comerciantes, llamados Guildas, fueron
más allá y funcionaron como Estados autónomos, que agrupaban ciudades que eran
toleradas por los reinos, con sus propias leyes y liberalidades. La Iglesia
católica formaba un reino autónomo dentro de los feudos, que le rendía cuantas
a Roma y no a sus gobernantes locales; incluso los monasterios eran pequeñas
unidades autogobernadas para su existencia cotidiana. Entre las situaciones de
vasallaje, las relaciones entre los aristócratas eran más complejas y la
cúspide no siempre estaba tan definida, siendo que había relaciones complejas y
asimétricas, las cuales incluían asambleas y acuerdos de caballeros. Las
costumbres y la moral religiosa también señalaban que los abusos en la
explotación del siervo eran despreciables, incluso un motivo para perder los
derechos señoriales. Pasaron siglos antes de que el tramado de asimetrías y
espacios de libertades terminara por colapsar en Europa para dar paso a Estados
Absolutistas, que sí concentraban el gobierno en un monarca sin rivalidad ante
ningún otro poder.[11]
La alternancia en el poder
y el derecho a la revocación
Aunque sobre la sucesión de los reyes antiguos las diversas costumbres
muestran tal variedad que es difícil de sujetar a una regla, de todas maneras
dentro de tal variedad existían opciones para las personas ocupando el poder.
La sucesión consanguínea es la más
recordada y casi era regla en grandes sociedades agrarias, con lo cual se
tendría un monopolio de poder mediante linajes hereditarios.
Sin embargo, también existían otras opciones. Una institución más
sorprendente, pero bastante común como para ser el eje de la investigación de La rama dorada, fue que quien matara el
rey se convertía en su sucesor.[12] En ese
caso, se observaban reglas perfectamente ordenadas, donde establecían duelos
periódicos para que los contendientes intentaran suceder al rey, como ocurrió
con los duelos nocturnos entre los pastores de la tribu Massai. Además este
duelo, aparentemente tan ingenuo, también incluye un ideal de democracia, tan
pretenciosa o avanzada, que apenas se ha tocado en los tiempos modernos, y me
refiero a la idea del derecho del elector a revocar el mandato del
representante. El duelo letal marcaba tanto una revocación como una
sublevación, y la revocación del mandato implica el deceso político del
impugnado. Claro, que el duelo genera la impresión de un acto por completo
individual y aislado, pero recordemos que son pueblos muy comunitarios, con una
estrecha vida asociada, por lo que concluyo que tales duelos primitivos parecen
ser iniciativa con beneplácito de la colectividad. La ventaja de un duelo
aparentemente individual, cara a cara en el aislamiento nocturno también tiene el
mérito destacado de que una pugna de gobierno nunca se transforma en una
guerra.
La noción antigua del asesino sucesor del mandatario ya condensa la opción
del tránsito del gobierno hacia el interés opuesto y, entonces, la ruptura en
la continuidad. El antiguo desafío donde moría el rey, implicaba tanto la
revocación de mandatos, como la toma del gobierno de un ala disidente. Eso varía
de acuerdo a la situación, pero siempre está el cambio rápido, la prisa por modificar
al personal gobernante y eludir el trabajo de Cronos.
Otras formas de sucesión, menos drásticas también dan la idea de un
cambio en el gobierno, donde el sucesor debe provenir desde fuera del ámbito de
la familia gobernante, como la famosa búsqueda mágica de los monjes tibetanos.[13]
Control popular y
plebiscito[14]
La idea de la democracia se ha basado en la necesidad de que el pueblo
es el verdadero Soberano y que la mayoría del pueblo controle a sus
gobernantes, pero se sabe que es difícil andar persiguiendo permanentemente al
gobernante. Por lo mismo, bastaba con que la masa del pueblo estableciera su
superioridad en ciertos momentos rituales. Especialmente importante era el
momento previo a la coronación. En
ese periodo previo se ha hablado de un interregno
cuando el pueblo considera que no hay ley, por lo que se puede permitir lo que
sea.[15] Dentro
de los tumultos propios de tales periodos también puede seleccionarse al nuevo
rey, pero es importante hacerle saber que él debe fidelidad a sus súbditos, por
lo que las amenazas físicas y hasta los golpes previos a la coronación eran
parte de las instituciones de Dahomey. Antes de ser coronado el rey no es sagrado, se le toca, zarandea y
golpea para recordarle que debe cumplir sus promesas[16] de
gobierno. Según algunos relatos ancestrales había reyes nombrados que no
llegaban a gobernar, porque las efusiones populares antes de la coronación los
dejaban agonizantes. Fuera de la anécdota, es evidente el efecto político cuando el rey queda impactado
por la multitud enardecida que le advierte a gritos que las promesas son para
cumplirse.[17]
El plebiscito representó la
reunión del pueblo, para que el éste le exprese la voluntad colectiva y
evidente al rey. Los romanos, maestros de la política práctica,
institucionalizaron este evento. El recuerdo antiguo añora la presencia de la
multitud capaz de terminar con el mandato de su rey, cumpliendo su amenaza contra
él antes de iniciar su mandato. A la moderna república (en la que los infinitos
escalones burocráticos no son suficientemente fiscalizados, donde la transparencia
no alcanza a controlar los variados mecanismos y donde los brotes de corrupción
son endémicos) la comparamos con las antiguas instituciones de presencia física
de la multitud ante el rey y los tumultos amenazantes en las coronaciones;
entonces los mecanismos de la república primitiva resultan sencillos y
probablemente eficaces; bajo la apariencia caótica de una multitud informe se
esconde el código preciso de un pacto social equilibrado, en el que los gobernantes
no ignoraban las exigencias de sus súbditos. Las reingeniería de las realidades
anteriores de irrupción de la masa sobre el mandato para terminarlo, inventando
figuras modernizadas de plebiscito (como hizo Luis Bonaparte)[18] o de
revocación de mandato fraudulenta (como hizo Hugo Chávez), no mantiene la
frescura ni la eficacia de las democracias antiguas.
Conclusiones
Las limitaciones intempestivas del mandato de gobierno por motivos de debilitamiento
físico o anuncios de un Oráculo no parecen adaptables al mundo moderno, con
excepción de la renuncia por motivos de salud. La prudencia de los antepasados,
quienes establecieron medios variados para recortar facultades al gobernante
supremo, es ejemplar. Aunque el ascenso de los reinos centralistas y monarquías
absolutistas parecía doblegar al entorno, pero luego los absolutismos
sucumbieron ante una oleada de revoluciones sociales y liberales. Entonces en
la sociedad tecnológica y posmoderna
debe recordarse lo sucedido, so pena de tropezar y lamentar el adagio de
Hegel de que “la Historia se repite dos veces”.[19]
NOTAS:
[3] Engels, El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado. Él mismo reconoce la libertad que se respiraba entre
los pueblos antiguos.
[4] Sería absurdo concebir
un monoteísmo sin un Dios creador del Universo completo, así entre el Génesis y Moisés revelando sus tablas
hay una continuidad entre la creencia y la comunidad política.
[5] Las uñas
impresionantes de los gobernantes mandarines que nunca se cortaban, generaban
el mismo efecto de inmovilidad; el mandatario dependía de los asistentes para
su cuidado al 100%.
[8] La existencia del
Oráculo de Delfos agregó otro componente, pues bastaba un vaticinio funesto
para animar a una sedición o a una guerra de los vecinos, por tanto los
gobernantes estaban obligados a consultar a su favor o hasta sobornar a los
diversos oráculos. Cf. Herodoto, Historias.
[9] Sin embargo, sí era
común la designación de mandatos
temporales, por ejemplo los romanos inventaron el término “dictador” para
el caudillo militar con poderes casi absolutos, pero delimitados a la duración
de una guerra. En cuanto la emergencia terminaba, su dictador entregaba el
poder al Senado.
[12] James Frazer en La rama dorada, se apasiona para
descubrir la amplitud de costumbres que aceptaban el asesinato del rey como un
medio de sucesión legítimo.
[13] Como el Dalai Lama se
establece por una rencarnación de su individualidad, el niño que lo sucede debe
provenir de cualquier punto lejano del reino, porque se cree que es él mismo
quien gobernará.
[14] Precisamente
“plebiscito” proviene del término latín que significaba citar a la plebe o
pueblo.
[16] Nietzsche en la Genealogía de la moral, señala la
extrañeza sobre la característica antropológica de hacer promesas y creer que
se cumplirán como un rasgo desconcertante; aún más si nos referimos al garante
colectivo del Estado, se espera un cumplimiento absoluto y estricto de lo
prometido. El Estado no posee el pretexto de la debilidad humana.
[17] El tumulto antiguo que ejerce el plebiscito
es una mutación del Contrato Social imaginado por Rousseau, pues la asamblea
popular ejerce su soberanía sin intermediaciones en ese instante.
[18] Curiosamente Marx
cuestionó duramente las tácticas plebiscitarias modernas de Luis Bonaparte en
sus análisis sobre Francia. Cf. El 18
Brumario de Luis Bonaparte.
[19] Marx la redondeó con
mucho sentido del humor al añadir “una vez como tragedia y la otra como
comedia” para burlarse de Luis Bonaparte.
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