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sábado, 27 de julio de 2019

APORTACIONES DE LA DEMOCRACIA ANTIGUA





                                                                                                          Por Carlos Valdés Martín



Cae el sol sobre la sabana tropical, pero ese atardecer es diferente a cualquiera pues el viejo rey tribal ha ofendido a una viuda y su hijo se apresta para vengarla. El ofendido en otras culturas lo llamaríamos un niño, en cambio para esa tribu es un adulto que está listo para casarse y para salir de cacería. El rey ofendió a la viuda de una manera que no detallaré y el hijo espera en la planicie al atardecer según marcan los rituales del duelo a muerte tribal. Cuando el rey se aproxima el joven levanta la lanza y profiere una amenaza para formalizar ese reto mortífero, donde solamente uno terminará el combate. ¿Qué relación existe entre las ancestrales nociones de jóvenes que retaban a reyes viejos y otras situaciones pintorescas con el concepto de democracia? Algunos estudiosos desentrañaron ese misterio, pues desafiar al gobernante representaba una gran institución antigua[1] que la modernidad remedió con los mandatos temporales, pero ahí no terminan los rasgos que nos legaron esos pueblos.

La división celeste y terrestre
La historia reconoce en Montesquieu al promotor de la exitosa división de poderes para mejorar el gobierno, evitando sus excesos, con un juego de balances.[2] Sin eludir los méritos de esa obra debemos de reconocer que las nociones y prácticas de división entre poderes de gobierno resultan antiguas. Por diversos caminos muchos pueblos, incluso quizá la mayoría de éstos, operaron una división en su gobierno entre el poder sagrado y el terrenal. Así, como Engels se sorprendió con la universalidad de relaciones comunitarias originales para afirmar que hubo un “modo de producción originario”[3] que incluía cierta igualdad y lazos comunitarios fuertes, ahora también estamos en condiciones de observar la universalidad de figuras democráticas y oasis de libertad entre los pueblos antiguos. Veamos con más detalles cómo los distintos pueblos inventaron sus propias maneras para controlar a sus gobernantes y corregir sus desequilibrios.  
Bajo la óptica religiosa, el principio supremo debería de estar ubicado en el terreno sagrado, pero esta potencia debería garantizar el correcto movimiento de todo el universo, por su misma potencia mágica y el influjo del Dios supremo.[4] En cada fe se encuentran motivos para la división entre reinado religioso y conducción efectiva del gobierno, separación entre reino de los cielos y el reino humano, de cualquier manera, los deberes sagrados o los cuidados rigurosos sobre los reyes restringían las facultades prácticas de un rey. Bajo los credos ancestrales se depositaba la conducción del mando terrestre en personajes con menos prestigio y menos poder legal que los reyes clásicos. Esto traía aparejada una interesante práctica de división de poderes, porque en caso de descontento contra las medidas del mandatario terrestre, siempre podía existir la apelación al sacerdote, a la Sibila o Pitonisa, a augurio que insinuaba a la potencia suprema o al otro rey mágico. Quizá hoy las personas en América no imaginan que una jerarquía religiosa controle al gobernante ni que compita contra el Estado, pero una observación a lo largo de la historia, indica lo contrario, pues los gobiernos puramente laicos y con tolerancia religiosa fueron escasos antes de la Época Contemporánea, y todavía en el siglo XXI existe un enorme injerencia de las grandes iglesias, inclusive, al extremo de los Estados confesionales del área islámica.

Limitación de poderes del gobernante
La idea del rey, monarca, emperador, faraón, sátrapa o soberano representa con distintas palabras una misma situación, muestra una real concentración del poder en una sola persona, que se impuso en distintos periodos y regiones. Ocurrió el exceso de poder personal concentrado en una figura mágica o consagrada, que daba sustento a esa idea de rey, implicaba también graves “peligros” mágicos, por lo que tal personaje debería quedar en exceso protegido en el terreno de lo intangible y lo fantasioso; así se multiplicaron los tabúes alrededor del rey hasta el límite en impedía cualquier libertad del gobernante sobre muchos asuntos terrenales. Un ejemplo curioso y tardío de las limitaciones en la acción de los reyes es la interpretación oriental japonesa y china sobre la majestad real, que implica que los Emperadores casi no deben de moverse, observando un extremo hieratismo, de tal modo, que se restringen sus movimientos (no usar las manos, no cortar las uñas o el pelo, etc.),[5] de tal modo que se convierten en extraños muñecos confinados y adorados. Este ritual del poder oriental incluye una fuerte dosis de parálisis, de tal modo se prohíbe una cabeza de reino activa, por medio de la etiqueta de la majestad. Confinado y sometido a la etiqueta paralizante hay garantía de que el Emperador no abusará de sus poderes, entonces con ese mecanismo de freno la élite y el pueblo duermen más tranquilos.[6] El complejo mecanismo de la legalidad, que ha generado los gobiernos constitucionales instituye acotaciones a la discrecionalidad del poder; por su parte, pueblos antiguos encontraron en la etiqueta y el ritual del poder, junto con sus códigos morales y religiosos, las fórmulas para obtener un freno al gobernante similar al resultado de las leyes modernas.

Delimitación temporal de mandatos
La necesidad de una sucesión ágil, que garantizara la existencia de un buen gobierno en el plano mágico, integraba las ideas clave para las formas primitivas de pensar. Es sorprendente la abundancia de materiales que indican el gran ingenio que existía para establecer criterios de sucesión para los reyes mágicos.[7] El mismo papel tan elevado atribuido a los reyes para la conservación del cosmos y el favor divino imponía la exigencia de que ellos se mantuvieran en magníficas condiciones físicas y mentales. Por lo mismo, cualquier signo de debilidad era funesto[8] y significaba autorización para deponer al rey. Los signos de debilidad variaban entre diversos pueblos, pero la regla fue que el rey nunca moriría de muerte natural, porque la enfermedad o la vejez debilitaban el espíritu mágico poseído por un rey. Para evitar la debilidad y el caos cósmico que traía, entonces se prescribían maneras de morir adecuadas a la dignidad real y que preservaran la tan apreciada vitalidad. En efecto, los antiguos reyes mandaban de por vida, pero ese término era terriblemente corto e incierto, en cuanto brotaran signos tales como la caída de un diente, la llegada de una cana, un resfriado prolongado, no satisfacer a las mujeres del harem real, etc.  
En fin, la idea antigua fue que el mandato quedara estrictamente delimitado al tiempo de la plena vitalidad del rey, porque después de su plena fuerza debía de abandonar su sitial y luego ante los dioses interceder por su pueblo, pero lo haría en espíritu y desprendido de su cuerpo terrenal. Es evidente, que para la mentalidad de los antiguos, la versión de que el calendario estableciera un periodo de mandato no era la favorita.[9]

Oasis entre el reino
Merecen llamarse oasis de libertad ciertas estructuras de los reinos antiguos, que permitían una expresión libre de las personas o daban autonomía a agrupaciones, sectores y territorios. Por ejemplo, bajo la capa de oscurantismo y excesos religiosos de la Edad Media, se mantuvieron áreas separadas, privilegios locales, comunidades autónomas, gremios con secretos, comerciantes en movimiento, ciudades amuralladas, caravanas de gitanos y una enorme variedad de espacios que no permitían una opresión uniforme. Bajo el asfixiante principio regulador del medioevo de que “no hay tierra sin señor”,[10] se presentaban fenómenos como las Behetrías, donde las comunidades campesinas de Castilla obtenían un privilegio para ellas escoger a su señor feudal. Los gremios mantenían celosamente sus intereses y lograban que nadie se inmiscuyera en sus procedimientos y costumbres, protegiendo a sus semejantes bajo sus propios códigos. Las ligas o gremios de comerciantes, llamados Guildas, fueron más allá y funcionaron como Estados autónomos, que agrupaban ciudades que eran toleradas por los reinos, con sus propias leyes y liberalidades. La Iglesia católica formaba un reino autónomo dentro de los feudos, que le rendía cuantas a Roma y no a sus gobernantes locales; incluso los monasterios eran pequeñas unidades autogobernadas para su existencia cotidiana. Entre las situaciones de vasallaje, las relaciones entre los aristócratas eran más complejas y la cúspide no siempre estaba tan definida, siendo que había relaciones complejas y asimétricas, las cuales incluían asambleas y acuerdos de caballeros. Las costumbres y la moral religiosa también señalaban que los abusos en la explotación del siervo eran despreciables, incluso un motivo para perder los derechos señoriales. Pasaron siglos antes de que el tramado de asimetrías y espacios de libertades terminara por colapsar en Europa para dar paso a Estados Absolutistas, que sí concentraban el gobierno en un monarca sin rivalidad ante ningún otro poder.[11]

La alternancia en el poder y el derecho a la revocación
Aunque sobre la sucesión de los reyes antiguos las diversas costumbres muestran tal variedad que es difícil de sujetar a una regla, de todas maneras dentro de tal variedad existían opciones para las personas ocupando el poder. La sucesión consanguínea es la más recordada y casi era regla en grandes sociedades agrarias, con lo cual se tendría un monopolio de poder mediante linajes hereditarios.
Sin embargo, también existían otras opciones. Una institución más sorprendente, pero bastante común como para ser el eje de la investigación de La rama dorada, fue que quien matara el rey se convertía en su sucesor.[12] En ese caso, se observaban reglas perfectamente ordenadas, donde establecían duelos periódicos para que los contendientes intentaran suceder al rey, como ocurrió con los duelos nocturnos entre los pastores de la tribu Massai. Además este duelo, aparentemente tan ingenuo, también incluye un ideal de democracia, tan pretenciosa o avanzada, que apenas se ha tocado en los tiempos modernos, y me refiero a la idea del derecho del elector a revocar el mandato del representante. El duelo letal marcaba tanto una revocación como una sublevación, y la revocación del mandato implica el deceso político del impugnado. Claro, que el duelo genera la impresión de un acto por completo individual y aislado, pero recordemos que son pueblos muy comunitarios, con una estrecha vida asociada, por lo que concluyo que tales duelos primitivos parecen ser iniciativa con beneplácito de la colectividad. La ventaja de un duelo aparentemente individual, cara a cara en el aislamiento nocturno también tiene el mérito destacado de que una pugna de gobierno nunca se transforma en una guerra.
La noción antigua del asesino sucesor del mandatario ya condensa la opción del tránsito del gobierno hacia el interés opuesto y, entonces, la ruptura en la continuidad. El antiguo desafío donde moría el rey, implicaba tanto la revocación de mandatos, como la toma del gobierno de un ala disidente. Eso varía de acuerdo a la situación, pero siempre está el cambio rápido, la prisa por modificar al personal gobernante y eludir el trabajo de Cronos.
Otras formas de sucesión, menos drásticas también dan la idea de un cambio en el gobierno, donde el sucesor debe provenir desde fuera del ámbito de la familia gobernante, como la famosa búsqueda mágica de los monjes tibetanos.[13]

Control popular y plebiscito[14]
La idea de la democracia se ha basado en la necesidad de que el pueblo es el verdadero Soberano y que la mayoría del pueblo controle a sus gobernantes, pero se sabe que es difícil andar persiguiendo permanentemente al gobernante. Por lo mismo, bastaba con que la masa del pueblo estableciera su superioridad en ciertos momentos rituales. Especialmente importante era el momento previo a la coronación. En ese periodo previo se ha hablado de un interregno cuando el pueblo considera que no hay ley, por lo que se puede permitir lo que sea.[15] Dentro de los tumultos propios de tales periodos también puede seleccionarse al nuevo rey, pero es importante hacerle saber que él debe fidelidad a sus súbditos, por lo que las amenazas físicas y hasta los golpes previos a la coronación eran parte de las instituciones de Dahomey. Antes de ser coronado el rey no es sagrado, se le toca, zarandea y golpea para recordarle que debe cumplir sus promesas[16] de gobierno. Según algunos relatos ancestrales había reyes nombrados que no llegaban a gobernar, porque las efusiones populares antes de la coronación los dejaban agonizantes. Fuera de la anécdota, es evidente el efecto político cuando el rey queda impactado por la multitud enardecida que le advierte a gritos que las promesas son para cumplirse.[17]
El plebiscito representó la reunión del pueblo, para que el éste le exprese la voluntad colectiva y evidente al rey. Los romanos, maestros de la política práctica, institucionalizaron este evento. El recuerdo antiguo añora la presencia de la multitud capaz de terminar con el mandato de su rey, cumpliendo su amenaza contra él antes de iniciar su mandato. A la moderna república (en la que los infinitos escalones burocráticos no son suficientemente fiscalizados, donde la transparencia no alcanza a controlar los variados mecanismos y donde los brotes de corrupción son endémicos) la comparamos con las antiguas instituciones de presencia física de la multitud ante el rey y los tumultos amenazantes en las coronaciones; entonces los mecanismos de la república primitiva resultan sencillos y probablemente eficaces; bajo la apariencia caótica de una multitud informe se esconde el código preciso de un pacto social equilibrado, en el que los gobernantes no ignoraban las exigencias de sus súbditos. Las reingeniería de las realidades anteriores de irrupción de la masa sobre el mandato para terminarlo, inventando figuras modernizadas de plebiscito (como hizo Luis Bonaparte)[18] o de revocación de mandato fraudulenta (como hizo Hugo Chávez), no mantiene la frescura ni la eficacia de las democracias antiguas.

Conclusiones
Las limitaciones intempestivas del mandato de gobierno por motivos de debilitamiento físico o anuncios de un Oráculo no parecen adaptables al mundo moderno, con excepción de la renuncia por motivos de salud. La prudencia de los antepasados, quienes establecieron medios variados para recortar facultades al gobernante supremo, es ejemplar. Aunque el ascenso de los reinos centralistas y monarquías absolutistas parecía doblegar al entorno, pero luego los absolutismos sucumbieron ante una oleada de revoluciones sociales y liberales. Entonces en la sociedad tecnológica y posmoderna  debe recordarse lo sucedido, so pena de tropezar y lamentar el adagio de Hegel de que “la Historia se repite dos veces”.[19]

NOTAS: 


[1] James Frazer, La rama dorada.
[2] Montesquieu en El espíritu de las leyes.
[3] Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Él mismo reconoce la libertad que se respiraba entre los pueblos antiguos.
[4] Sería absurdo concebir un monoteísmo sin un Dios creador del Universo completo, así entre el Génesis y Moisés revelando sus tablas hay una continuidad entre la creencia y la comunidad política.
[5] Las uñas impresionantes de los gobernantes mandarines que nunca se cortaban, generaban el mismo efecto de inmovilidad; el mandatario dependía de los asistentes para su cuidado al 100%.
[6] Canetti, Masa y poder.
[7] James Frazer en La rama dorada.
[8] La existencia del Oráculo de Delfos agregó otro componente, pues bastaba un vaticinio funesto para animar a una sedición o a una guerra de los vecinos, por tanto los gobernantes estaban obligados a consultar a su favor o hasta sobornar a los diversos oráculos. Cf. Herodoto, Historias.
[9] Sin embargo, sí era común la designación de mandatos temporales, por ejemplo los romanos inventaron el término “dictador” para el caudillo militar con poderes casi absolutos, pero delimitados a la duración de una guerra. En cuanto la emergencia terminaba, su dictador entregaba el poder al Senado.
[10] Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media.
[11] Véase Perry Anderson, El Estado absolutista.
[12] James Frazer en La rama dorada, se apasiona para descubrir la amplitud de costumbres que aceptaban el asesinato del rey como un medio de sucesión legítimo.
[13] Como el Dalai Lama se establece por una rencarnación de su individualidad, el niño que lo sucede debe provenir de cualquier punto lejano del reino, porque se cree que es él mismo quien gobernará.
[14] Precisamente “plebiscito” proviene del término latín que significaba citar a la plebe o pueblo.
[15] Canetti, Masa y poder.
[16] Nietzsche en la Genealogía de la moral, señala la extrañeza sobre la característica antropológica de hacer promesas y creer que se cumplirán como un rasgo desconcertante; aún más si nos referimos al garante colectivo del Estado, se espera un cumplimiento absoluto y estricto de lo prometido. El Estado no posee el pretexto de la debilidad humana.
[17] El tumulto antiguo que ejerce el plebiscito es una mutación del Contrato Social imaginado por Rousseau, pues la asamblea popular ejerce su soberanía sin intermediaciones en ese instante.
[18] Curiosamente Marx cuestionó duramente las tácticas plebiscitarias modernas de Luis Bonaparte en sus análisis sobre Francia. Cf. El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
[19] Marx la redondeó con mucho sentido del humor al añadir “una vez como tragedia y la otra como comedia” para burlarse de Luis Bonaparte.

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