Por Carlos Valdés Martín
Reunidos en asamblea masiva exigieron a sus líderes
una resolución pronta y definitiva, antes que seguir entre ambigüedades. Eran quimera
y tribu, colina y planicie, tropel e individuo, en fin, eran de doble
naturaleza: a la vez, honorables gentilhombres
aristocráticos, puntuales como relojes suizos y tiernos cual rocío sobre pétalos
de rosas. Ellos mismos permanecían
inquietos y a disgusto con su doble empeño, quizá una metamorfosis brutal resolvería
sus dilemas.
En fin, la tribu de centauros se agitaba cual nube
de tormenta, únicamente Quirón parecía haber superado el tenso recuerdo del día
cuando discurrió con Sócrates en un bosquecillo fuera de Atenas. En esa ocasión
el centauro y el filósofo compartieron sus dificultades:
—Por más mayéutica que realices los humanos progresan
poco para sacar su luz.
—¿Los centauros aventajan algo cuando tú la aplicas?
—Al contrario, mientras más descubren a su humano
interior, más desean volver a ser caballo puro.
—Entonces ¿qué liderazgo pretendes obtener siendo el
único centauro filósofo?
—Ya no pretendo nada, el Oráculo me predijo días
funestos.
—No te alarmes Quirón, desgracia es la sucedida a
Edipo, lo nuestro paladéalo despacio, por más que sabe a ambrosía mezclada con
hiel no es veneno.
—Juntar el agua con el aceite no conduce a la
felicidad, en el corazón de cada centauro hay desazón abismal y la mayoría
anhela caer.
Buscando esquivar la agria premonición del centauro,
Sócrates desvió la conversación:
—¿Y el Oráculo te envió algo para mí?
—Es demasiado triste —el centauro empezó a llorar y
a bufar desviando la mirada— estimado Sócrates, he escuchado un final terrible
para ti.
—¿Qué sería tan terrible? Si ya gané un discípulo
como Platón que pone en tinta sobre pergamino mis mejores debates. Mis ruegos
han sido escuchados.
Quirón insistió en su pesimismo:
—Me han dicho que la raza de los socráticos se
extinguirá pronto.
Sócrates respondió:
—Ni que fuese un pueblo de centauros.
Quirón suspiró para contener su tristeza.
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