Por Carlos Valdés Martín
La metáfora de la caverna de Platón señala una segunda gran Verdad, la cual es imposible de distinguir en la primera lectura: los prisioneros deben primero mirar las sombras para prepararse a encontrar el Sol. Si el prisionero atado en la caverna saliera sin transiciones desde la oscuridad absoluta hasta la mirada fija en el Sol, entonces quedaría enceguecido por tanta luz. A la luz y a la Verdad se accede gradualmente.
El otro lado de esta misma moneda lo explica Hegel al indicar que el Espíritu avanza paso a paso bajo su esquema dialéctico. Fue un error naif de Marx pretender que, al radicalizarse hacia una filosofía materialista, daba la vuelta a Hegel para colocarlo sobre sus pies y resolver el gran enigma. Ese error hizo a Marx atorarse y quedar ahogado en uno de los primeros capítulos de la Fenomenología del Espíritu, el que se llama popularmente “la dialéctica del Amo y el Esclavo”.
El conocimiento auténtico es gradual y, una vez que se domina su método, comprende la Verdad paso a paso, donde no existen atajos. La riqueza se obtiene también de esa misma manera: materializando al espíritu mediante el trabajo, que dignifica y se mantiene en un gran flujo.
Los atajos son la ruta que pierde al Espíritu en el Bosque del Caos y frustra al Destino, pretendiendo que el viaje se resuelve en un único paso.
El Gradualismo permite al extraviado regresar hacia la senda de su propia redención, con lo que se convierte en un peregrino orientado por la Luz que se enfila hacia la Verdad.