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lunes, 31 de diciembre de 2012

EL SÍNDROME DE QUETZALCÓATL








Por Carlos Valdés Martín


Él era tan auténtico y de fuerza tan concentrada que lo creyeron extranjero; sintieron era radical y los más insensatos hasta lo repudiaron. Quien concentra vivamente el sentido de una cultura o nación podría parece exótico y hasta extranjero. Quien enciende intensamente la llama es un extraño para la oscuridad que lo repudia: así brilló Quetzalcóatl.

Así sucedió a quien surgió como factor de civilización entre los toltecas y encontró detractores entre sus compatriotas. ¿Cambiar para alcanzar a ser uno mismo? A la mentalidad inferior ese cambio le resulta un atentado pues delata la mediocridad. ¿Si este conformismo seduce y tranquiliza? ¿De qué sirve un líder brillante para sacarnos de la “zona de confort”? La mentalidad conformista se subleva ante el líder cuando le envía una señal de vergüenza sobre su mediocridad.

Con Quetzalcóatl sucedió algo semejante a la princesa Casandra y otros profetas desarmados: comienzan por no creerles y terminan repudiándolos[1]. Casandra adivinaba el futuro y advirtió a los troyanos que sus enemigos les entregarían un regalo engañoso y vino el Caballo de Troya. La princesa había sufrido una maldición, pues a sus vecinos les parecían extravagantes sus palabras proféticas y nunca le creían. Cuando ella advierte el peligro final, su voz de alarma se extravía en la incomprensión y no faltó quien se burlara de ella. ¡Qué triste resulta la burla sobre quien trae una verdad precisa!

Aunque existe un parecido entre la vidente y el civilizador, pues ambos traen la voz de futuro, su situación y efectos son muy diferentes. El vidente posee un ojo interior tan agudo y preciso que sintoniza los acontecimientos por venir; su problema es que el porvenir inevitable y desagradable no debe ser creído para mantenerse inevitable; por tanto, el mejor vidente será el más ignorado y a eso se le llama el “síndrome de Casandra”.

Un civilizador es quien alumbra una nueva realidad por eso llama la atención, atrae las miradas  y provoca inquietud. El civilizador aplaca la guerra inútil, remplaza el sufrimiento por “flor y canto” convertido en bienes materiales. El mejor civilizador porta la semilla del cambio y, a veces, es rápidamente aceptado pues destaca por sus aportaciones a la comunidad. Este personaje posee una fuerza singular, con su hondura saca de las entrañas de cada tierra lo auténtico; al mismo tiempo con una visión de águila sobrehumana descubre un porvenir que se volverá realidad. Por este rasgo de futuro emparenta con los adivinos, aunque su carácter de creador pertenece a otra estirpe. Más aún, el gran civilizador es el héroe superlativo, como lo entendió Carlyle[2], y se aproxima al profeta religioso o al mesías, de tal modo la memoria colectiva no siempre establece una diferencia. En esta versión describo al Quetzalcóatl civilizador: a él se atribuyen los dones de las ciencias y artes entre los toltecas, quienes levantaron la gran cultura del altiplano mesoamericano.

Para efectos de la teoría de la nación, el personaje civilizador resultará también el personaje más “nacionalizador” que por paradoja se cree contagiado de “extranjería”. Debido a que cualquier nación es un conjunto en movimiento[3], algunos elementos culturales exóticos y de apariencia extranjera esconden mensajes de futuro más propio y auténtico. El caso típico sucede con algunos artistas de vanguardia que por su enfoque tan avanzado, el medio local los rechaza y hasta llega a repudiar. El genio Van Gogh fue rechazado por el público y la crítica contemporáneas, hasta después de su suicido empezó la veneración hacia sus creaciones. A veces no son rechazados, simplemente resultan incomprendidos y debe añejarse su legado (como vino fino) para que sean bien asimilados, con el ejemplo incuestionable de Franz Kafka.

Por su parte, un civilizador poderoso encierra la semilla de su propio pueblo de una manera tan rotunda que debe provocar el desconcierto. Aquéllos situados en un periodo pre-escrito se colocan en una posición tal que rápidamente se convierten en leyendas y no tenemos los detalles para evaluarlos: nos debemos conformar con la silueta. En este caso, Quetzalcóatl se convierte en leyenda como también sucede con el Emperador Amarillo u Odin, donde el perfil de detalles se desdibuja por la transmisión oral y la dificultad de la interpretación[4]. De cualquier manera, los personajes ligados a la fundación de culturas originarias guardan un papel preponderante.

En perspectiva de Quetzalcóatl debemos entender tres aspectos: una divinidad de primer orden entre los antiguos; el personaje histórico (ligado a esa divinidad según la interpretación que le demos) y una casta sacerdotal. En este escrito me centraré en el personaje histórico (que se diviniza) y su relación perceptible con su comunidad. En los vestigios de Quetzalcóatl coinciden las dos grandes culturas finales de nuestra región: mayas y náhuatles. A su vez, estas culturas remiten a un periodo anterior y casi existe consenso en que este personaje se liga con una gran cultura anterior, los toltecas constructores de Teotihuacán y Tula, que dibujan la línea directa de antecedentes. De modo explícito los aztecas y las tribus emparentadas se declararon deudores de los teotihuacanos. Así, la narrativa de Quetzalcóatl se liga con la forja de la civilización tolteca-teotihuacana.
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Ese ciclo entre rechazo a lo superior, ataque, culpa y culto posterior posee un arco claro y repetitivo agrupando la otra cara del “síndrome”. En mitología, psicología y cultura las fases se repiten de modo típico en las leyendas, religiones, configuraciones culturales y psíquicas. En los diferentes ciclos legendarios, cuando el héroe es incomprendido y rechazado, queda una culpa y una añoranza.

Ya sabemos lo que sucede con el héroe individual que fue atacado y quizá hasta muerto o exiliado… Pero ¿qué sucede con el grupo que pasa desde agresor por incomprensión hasta heredero de una culpa colectiva? El grupo mismo se empequeñece o se transforma mediante una metamorfosis; si el grupo no es homogéneo (casi siempre es así) acontece una mezcla.

Un empequeñecimiento emocional es lo que sufrió nuestro pueblo al repudiar a su prócer de civilización. La interpretación del personaje como blanco y barbado en sentido simbólico era un anhelo de pureza, regreso a la inocencia y rescatar la fuente de la vida propia, como mostraba su emblema del caracol.  Gran parte del pueblo asumió la culpa (luego repetida ante la Conquista[5]) y mantuvo una ilusión-alusión-elusión de inferioridad asumida ente el extranjero luego de la Independencia; otra se transformó identificando la grandeza de sus propias raíces. De modo simultáneo nuestra cultura se asume sublime (herencia de una raíz primera y original) y oprimida (inferior ante un poder extraño, foráneo que nos oprime de diversas formas). Entonces surge un modo distinto para comprender el sentimiento de inferioridad, cuando no surge de una violencia externa, sino de una pérdida de la raíz o un extravío[6].

En fin, este síndrome de Quetzalcóatl está integrado por dos caras. La faz luminosa del líder adelantado que impacta y arrastra a una comunidad, mostrando su ser auténtico empujando hacia su realización. La faz gris de una multitud empujada hacia adelante pero herida y cuestionada en su mediocridad, despertando recelo y repudio hacia quien fuera su líder para rechazarlo como exótico. Se cumple un proceso de rechazo, ataque y culpa colectiva marcando este síndrome-enfermedad social. El intento de curación surge con el culto posterior al adelantado y la negación de la posibilidad de su muerte[7].

Una y otra vez, la herencia de Quetzalcóatl vuelve y favorece el renacimiento positivo de nuestro pueblo. En la Independencia, Reforma, Revolución hay procesos de modernización con aceptación del pasado, por ejemplo, destacan el periodo de Cárdenas, liberalismo del siglo XIX, auge del indigenismo en el siglo XX, revitalización de la arqueología y antropología social, educación y cultura nacionalista desde la década de 1920, muralismo… Tal como lo indica el simbolismo ondulante de la serpiente, el proceso de la cultural (evento de acción y conciencia) no es lineal, sino ascenso y bajada. El nuevo siglo marca el potencial para un ascenso cultural, rescatando las raíces civilizadoras en la figura mítica de Quetzalcóatl[8]. Superado el rechazo del personaje civilizador (autenticidad extrema que desconcierta) se transita hacia una aceptación fortificada, —a veces ingenua[9], casi siempre consciente— que unifica pasado, presente y futuro. En la prospectiva del futuro se resuelven cuentas del ayer. En ese porvenir ascendente se resuelve nuestro propio “síndrome de Quetzalcóatl”.


NOTAS:


[1] Maquiavelo, al recordar el caso del predicador Savonarola, indica que el profeta desarmado termina derrotado y sacrificado. Cf. El Príncipe.
[2] CARLYLE, Thomas, Los héroes. Bajo este rubro de héroe civilizador coloca a Odin de los escandinavos, el cual raya en lo mesiánico y es divinizado por el recuerdo.
[3] La excepción supuesta de las sociedades inmóviles no lo son en sentido estricto; la circularidad de su movimiento requiere de dispositivos para “detener el avance”. Cf. La discusión sobre el asiatismo visto en la teoría histórica de occidente, en ANDERSON, Perry, El Estado Absolutista.
[4] Por ejemplo, para Thomas Carlyle en Los héroes, Odin proviene del civilizador no del dios, sino del personaje. El Emperador Amarillo se estima más como personaje que como dios, pero sus atributos son adquisiciones imposibles para una persona. Cf. WONG, Eva, El taoísmo.
[5] Que la profecía del regreso resultara en el fiasco de la Conquista remachó el ataúd de la culpabilidad. SAHAGÚN, Bernardino, Historia General de las cosas de la Nueva España.
[6] Evoco a Samuel Ramos en su El perfil del hombre y la cultura en México, con mi propia aclaración de que no permaneció un “sentimiento de inferioridad” en el aire, sino que el país ha sido sometido a una inferioridad material, de desigualdad en la relaciones internacionales. Cf. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la nación.
[7] La psicología popular inmortaliza a los personajes, negando su muerte y convirtiéndolos en leyenda. Cf. CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras.
[8] Al menos, se contabilizan dos intentos importantes por rescatar esta figura mítica para refuncionalizarla en la cultura nacional: Vasconcelos y José López Portillo. El fracaso político del Presidente frustró su intento por rescatar al personaje.
[9] En ocasiones, el indigenismo o la reivindicación de lo auténtico popular raya en la ingenuidad, no obstante mantiene una función importante en la larga marcha de la toma de conciencia. Cf. BARTRA, Roger, La jaula de la melancolía.


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