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viernes, 28 de diciembre de 2012

BLADE RUNNER: MOMENTOS QUE COMO LÁGRIMAS SE PERDÍAN ENTRE LA LLUVIA



Por Carlos Valdés Martín

Esa película adquirió un aire de leyenda y se conservó como una referencia obligada de la buena ciencia ficción. Basada en una obra de Philip K. Dick, titulada Do Androids Dreams of Electric Sheep? Esta película salió a la luz el mismo año en que murió el novelista: curiosa sincronía entre el triunfo y la muerte. Indican los reportes que el autor conoció avances del trabajo del cineasta Ridley Scott y recibe la ironía del “efecto Moisés”: morir sin entrar a la tierra prometida cuando fue el líder[1].
La película se centra en otra orilla, en seres androides en la próxima frontera más allá de lo humano. Para empezar, esos androides son de perfecta apariencia humana, en su belleza y fiereza, con emociones y esperanzas. Rebasan el término de las estatuas perfectas de las leyendas griegas y se levantan como la copia suprema: el alter ego de la especie. Seres artificiales que son gemelo rebelde y desesperado por romper con la maldición que le clavó su amo en el pecho, con una condena a una mortalidad programada de 4 años. ¿Qué drama es ese? Es la misma mortalidad que todos conocemos y, a regañadientes o consuelo, desde que abrimos los ojos nos vamos adaptando, haciendo a la idea y esperando saltar hasta una especie de salvación (sea el cielo o el infierno para los malos).
En este caso, unos androides perfectos escapan y buscan resolver su trágico destino de una muerte a fecha fija, así que buscan a su creador para resolver su defecto mortífero. ¿No es esa misma búsqueda la de cada persona cuando acude al médico con una enfermedad grave o asiste a la iglesia esperando superar la envoltura material? Es lo mismo, pero en una perspectiva fantástica muy explícita. Vemos a androides molestos y desesperados, ansiosos por romper la cadena del destino como personajes de teatro griego. El mismo destino que todos sabemos establecido en este cuerpo con una fecha final; sin embargo, nosotros solemos ignorar la fecha exacta de nuestra caducidad. Estos seres lo saben con exactitud.
Hay un creador de estos androides que no es Dios padre sino el jefe de una corporación gigante. Él programó genéticamente sus muertes. El líder de los androides, su hijo más perfecto, le exige salvar su vida… pero esto es una tragedia y no resulta posible. El hijo, nuevo Edipo furioso, mata al padre-fabricante, como la obra torcida destruye la memoria de su autor[2].
El líder del grupo de androides se resigna a su destino, salva de una caída fatal al profesional que liquida androides (el término que da nombre al filme: Blade Runner). Y como acto final suelta una paloma al vuelo para simbolizar una esperanza. Lo último que dice es: “I've seen things you people wouldn't believe: Attack ships on fire off the shoulder of Orión. I've watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those ... moments will be lost in time, like tears...in rain. Time to die.”
Con un final muy diferente al de la novela, para confortar al espectador y dejar un agradable sabor de boca el otro protagonista, el Blade Runner descubre a Rachael, un androide perfecto, con una memoria implantada y que no está destinada a esa rápida muerte genética. Ella establece la ilusión de una sucesión: un espejo perpetuo que nos ame sin final.
Al acabar este filme se adivina un consuelo. Algún momento no se perderá como lágrimas en la lluvia; pues permanecerá tal como lo deseaba Unamuno: retener ese destello luminoso entre dos eternidades de oscuridad[3].

NOTAS:


[1] A Freud le llamó poderosamente esa “maldición” sobre Moisés quien estaba destinado a no mirar la tierra prometida, por sus fallas ante Jehovah. Al propio Freud le sucedía un fenómeno parecido cuando se sentía una especie de Moisés guiando al pueblo psicoanalítico hacia su meta. Cf. FROMM, Erich, La misión de Sigmund Freud, su personalidad e influencia.
[2] Aunque este argumento no existe en la novela y sí en la película. A diferencia del Edipo clásico, este androide del film sí sabe a quién mata. Cf. SÓFOCLES, Edipo rey.
[3] UNAMUNO, Miguel, El sentimiento trágico de la vida.

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