Por
Carlos Valdés Martín
Profecía
social y el 1968
Bien dijo Ortega y Gasset
que la historia es “un profeta volteado al revés”[1]
y que el futuro siempre está profetizado en las distintas culturas y coyunturas.
Cuando no observamos la anticipación es porque no vemos el área más sutil y que
siempre predice el futuro: las ondas
sutiles de las ideas prefigurando lo que vendrá. En otros términos el arte y la
ciencia están anticipando a las sociedades. A lo que afirmaba el filósofo sobre la
estructura del porvenir, a veces, se le agregan detalles y —si se encapotó la
noche oscura a nuestras espaldas— entonces sí sentimos un escalofrío con la
profecía.
En muchos sentidos, la
oleada de 1968 con sus protestas y descontentos masivos, irrumpió en evento
sorpresivo. En un periodo de áspera Guerra Fría, cuando la lucha entre bloques
parecía contener las aspiraciones sociales, encausándolas hacia el conflicto de
modelos acabados —capitalistas democráticos versus comunistas autoritarios—,
surgió una explosión planetaria que marcó un nuevo estilo de juventud
antisistema que no cabía bien dentro del dilema. Surgió otro rompimiento
generacional palpable, semejante al sucedido tras la Primera Guerra Mundial, y entonces esa
protesta de 1968 cambió la faz del mundo en muchos sentidos. Para algún
sociólogo, el 1968 marca el evento clave del convulso siglo XX[2].
Estreno
y novedades
Pocos previeron el sismo
social del 68, sin embargo, algunas obras artísticas advertían o insinuaban ese
futuro. En 1965 se escribió el guion, hacia 1966 se elaboró y en 1967 se
estrenó con éxito la película Los
caifanes, con un escrito surgido del talento literario de Carlos Fuentes en
colaboración con el director Juan Ibáñez[3].
En su estreno llamó la atención el enfoque novedoso de la cinta y el debut de
talentos jóvenes, junto con dos protagonistas del establishment actoral:
Julissa y Enrique Félix.
El tema resultaba
escandaloso para la sociedad mexicana, entonces muy conservadora y católica en
lo moral. Al contrario de los típicos filmes de la época de oro del cine
mexicano, este no pretendía enviar un mensaje moralizador ni tranquilizar a las
familias. De peculiar interés es la recuperación del habla popular de bajos
fondos y su mezcla con recursos literarios; lo primero ya se había practicado con
amplitud en el cine mexicano, lo segundo era casi inédito. Para su facturación
colaboraron intelectuales que pronto adquirían renombre, incluso una breve
participación de Carlos Monsiváis vestido de Santa Claus alcohólico y el
cantante Oscar Chávez en papel de galán de barrio.
Argumento
Jóvenes novios de clase
rica, Jaime de Landa y Paloma, salen caminando de una fiesta y juegan al amor, pero la
lluvia los molesta y encuentran refugio dentro de un vehículo abandonado. Ahí
son sorprendidos por el líder de los caifanes, un grupo de transgresores
populares dispuestos a divertirse al máximo cada noche. Con el pretexto de aceptar
un aventón la pareja se enreda en la diversión de los caifanes y, paso a paso,
se integran en su ambiente, aunque en el relato existe una tensión entre privilegiados
y marginados. Ella siempre está interesada en seguir las aventuras y travesuras
citadinas, mientras que él, un arquitecto con pretensiones y abolengo, se
muestra hostil y desconfiado. Los personajes caifanes son cuatro[4]
parranderos de extracción netamente popular y con tendencias ilegales: el líder
Capitán Gato, el galán Estilos, el más moreno Azteca y el gordo Mazacote. La
primera parada de la aventura nocturna es visitar un cabaret popular y convivir
en ese ambiente, diversión desconocida para la pareja, pero común para los
otros. El cabaret es exótico y abigarrado, causando sorpresa e inquietud en los
visitantes; marcándose una diferencia de actitudes de Paloma encantada y Jaime
molesto; una diversión que termina interrumpida por una pelea de borrachos que
se generaliza. Después tienen la ocurrencia de robar una corona de muertos,
donde surge la abierta complicidad de la muchacha con los caifanes, en una
travesura ilegal que los regocija. Luego se detienen a cenar y escuchar música
en una taquería popular que también destaca por su ambiente abigarrado. En
pleno Paseo de la Reforma, principal avenida tradicional, por divertirse hacen
la “jalada” de treparse al monumento de la Diana Cazadora para colocarle ropa
en son de burla; todavía no terminan su broma y risas colectivas, cuando aparecen
varios policías silbando y entonces, atacados de risa, todos huyen del lugar.
Paloma tiene la
ocurrencia de divertirse entregando la corona de flores en el funeral de un
adinerado avaro y colarse con ese pretexto. En la funeraria cambian de planes y
se desarrolla una interesante escena donde todos juegan a colocarse en féretros
vacíos, tramando diversas fantasías y alumbrando temores. Descubiertos por unos
guardias se escapan en escenas chuscas y luego acaban fugándose en una carroza
funeraria. En el camino el Capitán Gato levanta a una prostituta envejecida que
no habla y dicen que es su novia. Abandonan la carroza fúnebre en pleno Zócalo
de la ciudad, entre los edificios emblema del máximo poder civil y religioso
del país. Para facilitar la fuga acuerdan separarse todos y volverse a reunirse
en un rato. El Estilos y Paloma escapan juntos hacia una “vecindad”[5],
después estando solos se ambienta una escena de flirteo tras la cual se insinúa
seducción e infidelidad. A esas alturas Jaime, el novio rico, arde en celos
pues percibe que está perdiendo a su novia. Cuando todos se reúnen, ella
todavía quiere que vayan juntos a desayunar, ante la hostilidad y celos del
novio. En el desayuno, suena música en una rocola para que con coquetería Paloma
baile con Estilos, entonces el novio Jaime discute y encelado golpea al galán
en la boca, de inmediato se detiene la pelea y sigue una disputa verbal del
rico contra todos los caifanes, con un discurso para marcar el abismo de sus
diferencias sociales. Los ricos se separan de los caifanes, pero la chica
abandona al novio cuando aborda el taxi y se aleja sola.
El
ambiente y los móviles
El tono general del film
transita entre un realismo estricto (sitios, referencias, habla), una trama
posible con ligeros toques de surrealismo[6].
El relato comienza con una fiesta de ricos y snobs, donde un periodista entrevista
a Paloma, la protagonista, sobre qué es “vivir
intensamente” sin surgir ninguna respuesta convincente entre los demás presentes.
De inmediato todos los invitados se van y los enamorados se quedan solos; ella expresa
ganas por jugar audaz y amoroso algo aunque indefinido, mientras él está ganoso
de sólo satisfacer su carne. Salen de la fiesta y divagan en un camino solitario
y desconocido, ella lo reta a hacerle el amor en un sitio peligroso y comienza
la lluvia. Su ambiente moral es de ricos ociosos, él representa el conformismo
con su posición social y ella encarna la inquietud. El cuadro se redondea con
la contraparte de los caifanes que son una especie de representación del pueblo
rebelde y transgresor en un grupo unido y parrandero [7].
Paloma expresa el deseo creciente de traspasar límites y por eso se identifica
con los caifanes; para el novio Jaime, sus anhelos son sencillos, delimitados a
la chata satisfacción alrededor de la chica bella y mantener su jerarquía
social, pero se divierte con ese “ambiente popular” mientras no reciba
confrontaciones. Las transgresiones que buscan los caifanes son simples
diversiones y aprovecharse de las oportunidades (efectúan robos de objetos que
pronto abandonan como gasolina, la corona de muertos, una guitarra, huyen sin
pagar la cena, ropa de mujer, la carroza fúnebre…), es decir, no respetan la
barrera de la propiedad privada y pública, al contrario, la saltan y burlan con
gusto. Los caifanes disfrutan a sus anchas viajando por la noche en una larga
fiesta, jugando con las palabras, probando los límites de lo indebido,
incitando al deseo o la violencia latentes; en ese sentido, es un ambiente
lúdico y juvenil, de desperdicio de esfuerzos y de retos ante lo establecido.
Ellos se acercan al comportamiento durante los sueños, mientras enarbolan la
parranda perpetua.
Un móvil principal se
desarrolla por la tensión sensual alrededor de Paloma, quien atrae y despierta
deseos y, al final, se cumplen para traicionar al novio con el galán de barrio.
Asimismo, este argumento al comenzar hay fuerte tensión en torno a si los
caifanes se mantendrán cómplices o se convertirán en rufianes contra los ricos.
De modo sistemático, los caifanes no buscan suplantar a los ricos y muestran su
peculiar código ético con sus orgullos, desprecio a la riqueza, amor propio,
solidaridades espontáneas, etc.
La tensión del conflicto
con la autoridad es constante y casi creciente, la amenaza del arresto
policíaco está presente en cada aventura y eso promueve los miedos del
arquitecto Jaime de Anda. En el trasfondo, la muerte es una presencia constante
que acompaña a la violencia contenida y presente; adquiere protagonismo en sus
travesuras como los juegos con los féretros y el robo burlón de la corona
funeraria.
Símbolos
de juventud
El cobijo de la noche
convertida en fiesta es un largo simbolismo de una juventud desatándose
de su pasado. Los muertos no merecen respeto sino repugnancia, donde el hurto
de la corona, el juego con los féretros y robar la carroza redondean una
actitud de ruptura sistemática contra el pasado. Esos muertos relatados aquí no
son cadáveres concretos sino una entidad más difusa y pegajosa, contra la cual
la alegría popular se ensaña para negarla[8].
Además, con un juego colectivo de colocarse en ataúdes e imaginar qué sería
estar completamente “fríos”, los jóvenes juegan a morir en una premonición
escalofriante. Un acto harto simbólico ocurre con el ataúd que se cierra por
accidente y atrapa al Azteca, el cual terminan azotando para romperlo; el grito
juvenil resuena simbólicamente ahí mismo: deshacerse de los ataúdes para
escapar de su pasado impuesto.
Los caifanes son seres sin
nombre y ese argumento es muy explícito a lo largo del film: son “don nadie”
que ni siquiera poseen un nombre. El apodo es su destino, incapaces de
escapar para adquirir la individualidad; a ese nivel, posee el tinte de la
masa, donde la agregación es lo único que importa. En venganza por su falta
de individualidad, están dispuestos a romper el decoro y divertirse sin
límite.
La juventud está
marcada por el deseo sexual exacerbado combinado con una situación de
fragilidad[9].
El relato es un largo coqueteo que va moviéndose, siempre abierto al
fracaso pero satisfactorio porque lo buscó Paloma: representación del entonces
“sexo débil” en proceso de expresión y empoderamiento.
En principio, la juventud
es un sector excluido del poder y en extremo capaz para cuestionarlo. En este
relato, el poder es la contraparte perpetua de los caifanes, por lo
mismo lo atacan sistemáticamente en el nivel simbólico: huyen de la policía,
hacen mofa de un monumento público, sisan por pasatiempo, seducen a una chica
rica, y, en el gesto culminante, depositan justo en el Zócalo, la plaza más
representativa del poder del país, el testimonio triunfal de su robo de carroza.
Curiosamente, en la hora del amanecer en el desayuno final aparece un militar,
discreto y casi a nivel de escenario, preludiando el golpe enloquecido del rico
Jaime, cuando ataca al galán Estilos (Oscar Chávez). Si de momento la juventud
no se sale con la suya sino en gestos efímeros, al paso de Cronos le augura que
vencerá cuando ella misma sea vencida[10].
En
la trayectoria de Fuentes
Sin duda el célebre
escritor Carlos Fuentes poseía una obra amplia y audaz marcada con La región más transparente (1958),
respecto de la cual esta película recoge varios aspectos significativos, en
particular la recuperación del habla popular en una lírica de gran calidad. Si
bien el rescate de lo popular no sería una novedad, la calidad de lo obtenido
por Fuentes sí merece elogios. El cine mexicano desde Cantinflas había
rescatado y difundido el habla popular para sus fines. En esta ocasión argumenta el choque de
perspectivas sociales y colecciona los chispazos de sabiduría encerrados en las
alteraciones del lenguaje; para la corrección serían “deformaciones”, en manos
del artista son “creaciones” anónimas. ¿Qué potencia acelera la metamorfosis
del lenguaje? Nadie responderá esta pregunta con precisión, pero también atestigua
que la Ciudad de México, siendo la cuna de Poder también sirve de caldero de
fundidor: calentamiento tremebundo de fragmentos opuestos chocando. Ese caldero-ciudad
deletrea el anuncio de un estallido, como se revela más adelante.
El detalle de dialogar en
inglés del rico Jaime de Landa para evitar que lo comprendan los caifanes
agrega un sesgo representativo del choque cultural, entre la asimilación hacia
lo gringo opuesto a la subcultura popular. En esa narración los abismos y
barreras se suman para oponer a las clases sociales, pero el empuje para saltar
las diferencias también es portentoso. La trama entera resulta interesante por
el anuncio de varias transgresiones que juegan entre los extremos del deseo y
la violencia; el juego es evitar los tropezones manteniéndose al filo del
precipicio; seguir la línea lúdica hasta que el tropezón sea inevitable y se
cumpla la apuesta. La chica besada por el mugroso; el rico y el pobre liados a
golpes, la policía persiguiendo actos ilegales, la carroza fúnebre en el
Zócalo… El amanecer disipando las tinieblas, aunque no es un despertar luminoso
sino la amargura de una separación.
El guion original no lo
he encontrado, aunque las referencias de algunos articulistas nos indican que
una parte interesante del texto no se filmó. Respecto del texto original, en la
película faltaron varias escenas surrealistas, un 5to caifán que se fusiona con
el Estilos, etc.[11]
Jerarquías
en crisis: entre la parranda y la democracia ficticia
La gran queja y malestar
de la intelectualidad mexicana a mediados del siglo XX se condensaba en la
falla generalizada de la democracia; si bien los logros materiales de los
gobiernos post revolucionarios obtenían consenso y existía paz social en el
país, el autoritarismo y la falta de participación daban pie a fuertes
cuestionamientos sobre la democracia mexicana. Los textos de ciencia política
confluían en el México perfilaba un sistema sui géneris que integraba elementos
de izquierda y derecha, democracia y autoritarismo, nacionalismo y entreguismo,
bienestar y exclusión; donde el ingrediente de concentración de poderes
alcanzaba lo impresionante[12].
El Presidente de la República tenía tan sometidos a todos los demás poderes
legales y fácticos que los supuestos liberales y democráticos eran fácilmente
vulnerados para complacer los caprichos del “rey sexenal” de México. Al
Presidente estaban sometidos los legisladores y jueces, los gobernadores y
alcaldes, los empresarios y obreros, los líderes sindicales y sus bases, el ejército
y las escuelas; además, los medios de comunicación masivos estaban plenamente
controlados, la prensa casi no daba entrada a críticas, etc. La oposición
carecía de ningún poder para bloquear cualquier decisión; incluso las potencia
extranjeras eran cuidadosas con México luego de la 2ª. Guerra Mundial. En ese ambiente, las jerarquías del poder
están amuralladas, aunque el país sea una democracia formal con derechos
básicos garantizados y sin zonas restringidas de acceso; digamos que ese
ambiente recuerda más a las monarquías que a las repúblicas (palabra para
referirse a la cosa pública). En tal contexto una simple parranda señala la
crisis de algunas jerarquías y estereotipos. La tensión en el paseo inicial de
los caifanes emerge desde la imposibilidad de convivencia y la barrera social. Bastaría una buena fiesta para evidenciar la
fragilidad de una democracia ficticia y esa demostración está en esa película;
simultáneamente, los personajes anhelan la convivencia, que para eso son las
fiestas.
Otra
Casandra profetizando el 68
Para concluir definamos
el tipo de anticipación que ofrecen Los
caifanes para el movimiento estudiantil popular de 1968. Recordemos que en
ese año el país vivía una mezcla de centralismo autoritario, controlado por el
PRI, y una modernización acelerada, producto de lo cual surgió una inquieta
clase media con aspiraciones que no estaban bien integradas al plan de país.
Las ciudades se expandían y las escuelas se multiplicaban, aparecía la sociedad
de consumo masivo con sus medios de comunicación y tiendas departamentales. Las
clases populares se mantenían relegadas en los beneficios, aunque quedaba muy
integrada mediante la seguridad social, el corporativismo, pequeños aumentos
salariales, la reforma agraria, la propiedad ejidal y algunos otros patrocinios.
Los movimientos de oposición en México casi se habían extinguido en ese
contexto, sumado al autoritarismo del régimen con los mecanismos de control. En
demostración del éxito del régimen y coronando la proyección internacional del
país, la capital obtuvo la sede de los Juegos Olímpicos de 1968. A mitad del
año, sin agitaciones políticas previas surgió un incidente estudiantil menor el
22 de julio y de ahí estalló un terremoto de movilizaciones con efecto político[13].
Los estudiantes de una pequeña escuela y de una vocacional politécnica fueron
golpeados por policías con descaro, aunque el evento parecía rutinario. De modo
sorprendente surgió una escalada de protestas estudiantiles que repudiaban la
represión policiaca y cuestionaban hasta el Presidente. En pocos días surgía un
movimiento que agrupó a las principales universidades, incluyendo a sus
maestros y hasta el rector de la UNAM. En pocas semanas el nivel de protestas
había rebasado todo lo conocido desde el inicio del régimen posrevolucionario
en México. La incesante represión policiaca contra las protestas empujó a una
huelga de la UNAM y otras escuelas. El 1° de octubre el ejército y policía rompieron
la huelga irrumpiendo en los centros de educación superior. El desenlace fue la
masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Cultura en Tlatelolco
y el encarcelamiento de los líderes. Diez días después, reinaba la tranquilidad
y las Olimpiadas se inauguraban el 12 de octubre como si nada hubiera sucedido
en el país. La rapidez con que surgió y desapareció un movimiento de masas en
poco más de dos meses y días, incitó las más fuertes especulaciones. De modo
parecido, hubo un “68 mundial”, pero pocos países presumen de tanta
espontaneidad y menos aún de un final tan trágico, por ejemplo Francia acumulaba
efervescencia política, Italia tenía un sindicalismo opositor muy militante,
Vietnam estaba en guerra, etc.
Pero ya no sigamos con
los antecedentes, volvamos al film, pues éste no pretendió un oráculo, pero sí
es una radiografía clarísima de las aspiraciones y desafíos mostrados por la
juventud mexicana. Para esta película la autoridad es una sombra ubicua y
permanente, siempre rechazada por la plebe, neutralizada hasta por sus
beneficiarios y, amagando, con transitar desde la amenaza hasta la violencia.
El juego de los jóvenes es empujar los límites de la autoridad para burlarla,
incluso en sus momentos más solemnes (el funeral), en sus pretensiones de arte
(la estatua de la Diana Cazadora vestida jocosamente) y en sus arquitecturas más
públicas (la plaza entre el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana).
La muerte es
invocada constantemente, de modo voluntario los parranderos se recuestan en
féretros para personificar fantasías, cuando accidentalmente se cierra un
catafalco, entonces surge un instante de confusión y alarma. Esas escenas funerarias
evocan una persecución y muerte de jóvenes que huyen confundidos, esa carrera
termina con el depósito simbólico de la carroza sobre la plancha del Zócalo.
Los vaivenes de los
caifanes contienen referencias urbanas puntuales, en cuanto a espacios
públicos, los principales son Av. Reforma, Av. Insurgentes y el Zócalo. Las
manifestaciones masivas de estudiantes del 68 mantuvieron esas mismas referencias:
inundar de gente Insurgentes y Reforma… para alcanzar el Zócalo, incluso
intentar “tomarlo”. En premonición, los caifanes conducen una carroza mortuoria
para estacionarla en pleno centro de esa plaza; el tono profético era tan
escandaloso que nadie lo sospechó mientras lo rodaban y exhibían por primera
vez.
La actitud del personaje
Paloma señala el giro en la actitud de la intelectualidad mexicana ante
el statu quo de los gobiernos
posrevolucionarios. Antes, el gobierno federal logró ganar adhesión de los
grupos intelectuales invocando el nacionalismo, las tareas de la Revolución
Mexicana, a los pueblos indígenas, etc., pero creció la inconformidad. Una
mujer libre, buscando las respuestas de la existencia, quiere escapar de la
torre de marfil burguesa, así que experimenta junto con caifanes del pueblo. El
aroma a pueblo es el olor a una redención sin grandilocuencia,
simplemente es soltarse el pelo y saltar las diferencias sociales. El
arquitecto, Jaime de Anda, encarna la posición contraria, la burguesía que se
mantiene fiel al régimen y termina estallando por celos y pretensiones. En
efecto, el movimiento de 1968 marcó un giro de rumbo para gran parte de la
intelectualidad mexicana y la gran capa social alrededor de la educación superior
que se enajenó ante el Estado; si bien, ese proceso no fue tan rápido, pues
tras el estallido de ese año el control político pareció campear y
restablecerse el calendario en el pasado.
Con altibajos la larga
noche de los caifanes es una fiesta perpetua, aunque fraguada sin recursos,
empleando el ingenio y la transgresión como herramientas. El hedonismo de
la sociedad de consumo era un escándalo para la moral tradicional católica
mexicana, una “concupiscencia” que se expresa en una nueva tendencia
predominante, la cual primero cautivó a la juventud del mundo. Los personajes
demuestran un hedonismo juvenil que antepone la diversión a cualquier
consideración.
La urgencia por la
diversión es parte de la urgencia por el consumo, aunque la película no lo deja
tan patente, pero sí su búsqueda de placeres efímeros está en sintonía con los
nuevos modelos de consumo y el impulso del entretenimiento en la cultura de
masas. En la trama cabría argumentar una estrategia del juego, que encajaría
bien incluso hasta dentro del posmodernismo, porque son los argumentos que van modificando
las prácticas y hasta el horizonte de posibilidades[14].
La trama se urde en contra
del individualismo más estricto. Los caifanes no tienen nombre, la pareja
juega a perderse, en especial ella busca escapar de sus límites. Esto no
implica despersonalización: cada máscara es una personalidad definida, aunque
vinculada con arraigados arquetipos. Fundirse en la noche y sus fiestas
representa abatir el individualismo, aunque despertar pozos profundos de
personalidad; porque en esta película, la personalidad y la individualidad no
son idénticas, sino partícipes de una estrambótica pelea. Cabe anotar que el
hambre de muchedumbres, explícita en movimientos políticos del siglo XX,
mostraba una huida de la individualidad y una inversión del miedo a ser tocados[15].
La unión de tantos elementos
de esta película (autoridad repudiada, muerte de trasfondo, espacios públicos,
hedonismo, intelectualidad, el pueblo como redención, estrategias de juegos,
contra-individualismo, etc.) señalan rutas y ambientes del movimiento
estudiantil popular mexicano de 1968. Varios detalles y evocaciones rebasan el
mero ambiente, suenan a campanadas fúnebres anticipadas de aquélla lucha
conmovedora y meteórica: el juego de los ataúdes, la carroza depositada en
pleno Zócalo, el temor creciente ante la autoridad, la larga parranda para
terminar en un gesto violento y una despedida como para nunca verse jamás. Cuando,
de ordinario, no encontramos profecías ni premoniciones comprobables es porque
siempre se comprenden hasta después de que suceden los hechos, pues la paradoja
del “efecto Casandra” posee una
lógica estricta; en sincronía con esa afirmación, los grandes acontecimiento colectivos
poseen muchas señales tan evidentes que pasan desapercibidas. En fin, Los caifanes son la Casandra del cine
mexicano, previa al fatídico año de 1968.
NOTAS:
[1]
En El tema de nuestro tiempo estudia
la anticipación histórica normal, no los fenómenos de profecía, pero encuentra
que cada periodo adivina la estructura de lo que vendrá en las regiones del
pensamiento, en especial, la ciencia anticipando lo que producirá cada
generación. Ortega y Gasset, José, El
tema de nuestro tiempo.
[2]
Zermeño, Sergio, México, una democracia
utópica: el movimiento estudiantil del 68. Aunque ninguna
prioridad tan estricta cabría para esa centuria.
[3]
“cuyo título original es Fuera del mundo,
fue escrita por Carlos Fuentes y Juan Ibáñez en 1965” Solís, Juan, “Los sueños
ocultos de los caifanes” en periódico El
Universal, domingo 10 de junio de 2012.
[4]
En el guion original son cinco, porque el Estilos está dividido en dos según
Juan Solís, quien presume ser uno de los pocos con acceso a dicho original. “En
el guion se marca la existencia de un quinto Caifán apodado El Rostro, el cual,
a juzgar por sus diálogos y sus acciones, terminará por fusionarse con El
Estilos.” Solís, Juan, “Los sueños ocultos de los caifanes”.
[5]
En un pasaje que encanta a cronistas urbanos, Paloma señala que las vecindades
de habitaciones miserables, antes fueron los palacios de la ciudad. La relación
entre palacio pretérito y vecindad miserable actual es un gran tema para los
cronistas. Cf. DE MAULÉON, Héctor, La
ciudad que nos inventa.
[6]
Los toques surreales permanecen como pinceladas oníricas que no trastocan el
discurso casi realista de la película, sin embargo, la noticia es que el guion
original contenía una fuerte dosis de surrealismo. Solís, Juan, “Los sueños
ocultos de los caifanes”.
[7]
La dificultad para la definición del grupo transgresor y el empleo del término
caifanes ha intrigado a la crítica; resulta afortunado señalar una palabra tan
poco usual para darle un contenido específico, porque ellos escapan a las
definiciones ordinarias. Además la película juega a representar un “estado
alterado de conciencia” por lo que favorece abrir el campo semántico como
muestran los estudios alternativos sobre la esquizofrenia. Cf. LAING, Ronald, El Yo dividido.
[8]
En el código de la fiesta de muertos, tan claramente analizada por Octavio Paz
en El laberinto de la soledad.
[9]
Significativamente, en el argumento la prostitución queda asociada con la
vejez, las prostitutas suelen mostrarse viejas y feas.
[10]
El dramatismo inútil de pretender “permanecer en la juventud” no se acentúa en
esta película, al contrario se asumiría como un canto anticipado a la tendencia
“for-ever-young”; los triunfos efímeros son los únicos adecuados a la misma
juventud “recalcitrante”.
[11]
Solís, Juan, “Los sueños ocultos de los caifanes” en periódico El Universal, domingo 10 de junio de
2012.
[12]
Por ejemplo, los clásicos de Arnaldo Córdoba sobre La política de masas del cardenismo, o el cuestionamiento de
González Casanova sobre La democracia en
México.
[13]
El análisis más detallado y, incluso, el más profundo del movimiento
estudiantil popular mexicano está en México,
una democracia utópica: el movimiento estudiantil del 68 de Sergio Zermeño.
[14]
Francois Lyotard lo atribuye a los cambios propios de la posmodernidad, en La condición posmoderna.
[15]
Canetti, Masa y poder. Para este
premio Nobel la pieza clave psicológica de la pasión por las masas es la
inversión del miedo a ser tocado, para convertir a la masa en un gusto tan
importante en el siglo XX.
1 comentario:
Sorprende la profecía sobre la tragedia de 1968. Y que casi nadie lo haya notado.
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