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lunes, 4 de febrero de 2013

PARQUÍMETROS Y PEAJE A CAMBIO DE NADA




Por Carlos Valdés Martín



Este texto es la 3a. parte de "AUTOMOVILISTAS EN PELIGRO DE EXTINCIÓN"

Parquímetros y peaje a cambio de nada. En la llamada “época dorada” las carreteras fueron “freeways”, es decir, caminos libres de verdad, sin pago de ninguna cuota. Sobre esa vía franca al automóvil se construyó el sueño americano. La oleada privatizadora (mejor dicho: oleada “compadrizadora”) nos trajo el auge de las carreteras de cuota. Como la ambición humana no tiene límite, después de las carreteras surge el invento de cobrar en vialidades internas de la ciudad.

El extremo del cobro que no genera ningún servicio para el automovilista es el parquímetro. Una operación típica de las dictaduras es un impuesto sin servicio alguno. Instrumento pensado para sacar ventaja sobre el espacio de estacionamiento libre, tan disputado en algunas zonas, se caracteriza por ser impuesto sin contraprestación (pues no crea lugares de estacionamiento ni servicio alguno) y sin medida (pues el usuario no recibe un comprobante acumulado de sus pagos y no se compensa con los otros impuestos). Además se complementa por: caos en su diseño. En la Ciudad de México cada zona utiliza un tipo distinto de dispositivo y, con el dispensador de esquina, se alcanza el extremo de que el chofer cae en una trampa, pues no existen avisos de ese sistema. Como se aplica inmovilizador y una multa cuantiosa, pareciera que el interés de la autoridad no es cobrar unos pocos pesos por hora, sino provocar errores en los usuarios y multarlos.

El pariente desamparado del parquímetro  es el “franelero”, el cual se apodera de pequeñas fracciones de la calle, para establecer un mínimo impuesto privado sobre el automóvil. Ya que con el parquímetro la autoridad da legitimidad al cobro del espacio de calle, nos preguntamos ¿cómo se atreve a insinuar que está deshaciéndose de los franeleros? Más bien, ella legitima a esos parientes desamparados. 

Respecto de parquímetro queda un concepto clave, que nos muestra que se ha diseñado sin pensar en la productividad y, sin buscarlo, están hundiéndola. La riqueza depende de la productividad y para crearse el trabajador debe estar libre de distracciones, consagrado a su labor. El parquímetro, como está diseñado en varias ciudades, apunta en la dirección contraria, pues es imposible aparcar tranquilamente un vehículo durante la jornada legal. La disposición establece un máximo de cuatro horas para estacionarse. Así, que los diseñadores de este impuesto desconocen que la jornada legal es de ocho horas y que el vehículo se suele usar para transportar trabajadores. La elevada multa y la tardanza para liberar al vehículo inmovilizado, además provoca un “nerviosismo” evidente en quien deja su vehículo. En fin, el resultado es una baja de productividad directa entre los empleados que deben salir periódicamente a colocarle más monedas al parquímetro y adquieren un pretexto más para no ser productivos.

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